Un día salimos para volver. Trece veces veinte. Una vida después, una nación más tarde. Viaje alrededor de una cuenca, una casa o un caracol.
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Timoancán,
En ti, yace todo
El agua clara junto a los ahuehuetes
La montaña y la serpiente
La tierra y las flores
Nuestra morada.
Timoancán,
Sin ti, nada
Sólo el estruendo del cielo
El árbol hendido
El llanto y las palabras rotas
Nuestra deriva.
Timoancán,
Más allá de ti, ¿qué?
Traspuesto el umbral de sangre y obsidiana
Allende todos los aires
Y los nueve cielos
Nosotros, nuestro signo y nuestro número.
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Caída del cielo, hecha presa suya la furia, aire hiriente sus garras, vi al ave solar desatar entre nosotros la más oscura noche, la más sola orfandad. Sin nuestro átlatl, sin nuestra red, sin nuestra palabra, sin un nombre siquiera.
¿A quiénes dejamos en el camino?
¿Cuándo habrán de cerrarse sus ojos, detenerse sus corazones?
Caído del cielo, oí el “eco de un relámpago”.
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Fue así que cruzaron el afluente del río Pescados, igual a mil culebras anegando el horizonte, hasta que dieron, en simétrica esperanza y multiplicada desdicha, con la llanura del altiplano central. Tierra formada por sedimentos de viento y mar.
Buen pintor
Creador de cuanto hay sobre el agua ciega.
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¿A dónde iremos? Si perdidos vamos por los cerros, en los bosques, en el lugar de peñas; si no logramos escuchar ni ver nada sobre la tierra o en el cielo. ¿A dónde iremos, a Aquilalaquia, donde rezumaba el agua, a Tlemaco, hogar de la sahumadora, a Atotonilco, pedregal del agua hirviente? ¿A dónde iremos? ¿Dónde el lugar en que no exista la muerte?
Largos días bajo un mismo árbol de piedra, extensas noches junto a un cielo de agua, siempre el agua, a la deriva de un dios oscurecido.
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Tú, que naciste del oscuro grito de las rocas al romperse
Que no conociste frontera suficiente para tus ambiciones
Bien conoces el crujido de la roca al romperse dentro de las manos del hombre.
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Los que se afanan con el proceder del cielo
Ellos nos llevan, nos dicen el camino
La cuenta de nuestro destino y de nuestros días
De ellos es el encargo, la encomiendo, la palabra divina.
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Vencidos venimos, con el macuahuitl y el dardo en nuestros corazones. Día de luna, día de pena, día de abandono. O quizás, día del desprendimiento, día de sangre solar, día para olvidar y recomenzar, como el vapor elevándose sobre el pedregal. Espíritu hirviente, dador de vida. De una nueva vida, así venimos. Linaje ancestral, de sangre derramada sobre el agua, semilla, grano y fruto. Después de la noche, después su nocturno y zurdo canto. Así hemos llegado.
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No será nunca lo que se ha escrito
Ni este momento
Suficiente llama
Para abrasar la noche
Y el testimonio de nuestra oscurecida palabra.
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Maqueta
Para mayores referencias, ver Códice Starbuckstlán.
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Santiago Robles
Collage, pintura acrílica, grafito, tintas y lápiz Conté sobre distintos papeles, 2017.
21.5 x 28 cm, 28 x 21.5 cm, 22 x 34 cm, 34 x 22, 20 x 21 cm.
El texto es de Christian Barragán y Santiago Robles (contiene citas del Códice Florentino y del Libro de los Coloquios).
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