Códice
En nuestro contexto actual tan híbrido y líquido existe un imaginario que desborda cualquier intento de clasificación y ordenamiento. Es posible, sin embargo, poder visualizar que dentro del universo de la información del formato del libro aún se puede contener, narrar y describir el proceso discursivo humano, desdoblando las formas que nos identifican ante la globalidad, potencializando así esa cápsula que quizás en el futuro sea invisible y palpable sólo con un chispazo de memoria que en segundos pueda contarnos la historia entera, tal como un Aleph borgeano. Ese proceso globalizante parece abierto porque desdibuja todas las fronteras de la información, aunque realmente las otras fronteras, las políticas, están allí para condicionarnos y subordinarnos a través de las fuerzas de la burocratización violenta de los Estados. La historia ya no se escribe con ideas, sino con estadísticas, precios y muros divisorios. Aun así, todo cabe en un libro.
Santiago Robles posibilita a partir del formato del códice, referente del libro que conocemos, la conexión de esa problemática en el marco de una asimilación cultural que se puede entrever bajo los lineamientos de un collage político y estético. Al referirse a las capas históricas por medio del imaginario prehispánico y, a su vez, retomando los signos mercancía creados por los fenómenos post-colonizadores en Latinoamérica y principalmente en México, reflexiona sobre la irremediable estandarización y mercantilización de aquello que llamamos culturas e identidades; conceptos además complejos y siempre en constante transformación. Acá sucede una interconexión semántica entre el mito, la historia y los procesos de aculturación del capitalismo.
Santiago hace una relación paródica sobre la destrucción de esas capas históricas, es decir, sobre cómo con el pretexto del desarrollo se destruye un vestigio, sobreponiendo un edificio para estacionamientos u oficinas, o de cómo se prohíbe intervenir un muro, “tatuarlo”, porque es visto como un hecho vandálico, más si nos damos cuenta, los banners publicitarios en espacios de depresión citadina sí son vandálicos, pues imponen el arquetipo del consumo: nos obligan a que nos rindamos a su seducción.
¿Es posible ir en contra de la corriente en esta cultura de la vigilancia? Posiblemente sí, pero, ¿que herramientas tomar? Santiago entonces posibilita una forma de pensar o actuar: el añil, el códice, el mural, toda la forma de una aparente cultura perdida se conecta a una problemática compleja. Podemos revisar en esas capas históricas que México es un productor de imágenes poderosas y de signos utilizados también para adiestrar desde el estamento del poder. El mito es cosa seria, pero acá se tejen otros caminos de reflexión y discusión.
Plinio Villagran
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Inauguración
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Transverso Arte Contemporáneo.
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