Por Miguel Torres (Ciudad de México, 1984).
Diré con épica sordina:
La Patria es impecable y diamantina.
Ramón López Velarde
El pintor argentino Fernando Fader (1882-1935) estaba convencido de que, para definir una nación, el verdadero arte era el paisajismo. En este contexto, José María Velasco (1840-1912), Dr. Atl (1875-1964) y Luis Nishizawa (1918-2014) serían, en definitiva, algunos de nuestros mejores exponentes nacionales, a pesar de que la cultura contemporánea mantenga como vanguardia y punto de referencia artística al muralismo mexicano, que nos brindó sobresalientes caudillo y maravillosas obras, particularmente durante las primeras décadas del siglo XX.
El arte es conciencia de un pueblo. Pero así como no hay comunidad sin arte, tampoco surge el arte si no existe una convivencia entre distintas personas en un suelo común. El estilo paisajista mexicano, iniciado por los artistas viajeros en el siglo XIX, fue retomado en cierta medida por los movimientos nacionalistas durante el cambio de siglo para construir una identidad que tuvo como referencia a la tierra. Por ello, no es casualidad que los artistas dedicaran una parte importante de su obra a la representación del paisaje; retratos exclusivos de volcanes, montañas, ríos y valles describieron el rostro geológico, filosófico e histórico de México.
El pasado 15 de septiembre (fecha de la independencia mexicana, conmemoración en la que lo festivo ha desplazado a lo simbólico), se celebró en Ladrón galería, ubicada en la colonia Buenos Aires de la Ciudad de México, un happening que inauguró la muestra Patria, impecable y diamantina, del artista multidisciplinario Santiago Robles (Ciudad de México, 1984). La curaduría, realizada por Christian Barragán (Ciudad de México, 1985), incluye una imagen pública —dispuesta en las cercanías de la galería, en la esquina de las calles Solis Quiroga y Bolaños Cacho— que le otorga un giro semántico a la obra del poeta mexicano Ramón López Velarde, con el propósito de generar reflexiones y contrastes históricos en torno a la idea de nación. En este espacio público, los vecinos de la colonia desechan la basura por lo que a lo largo de la noche, la pieza —realizada de forma colaborativa entre rotulistas y artistas de la zona— se cubre parcialmente con los desperdicios acumulados, condición que atrae fauna nociva como ratas y cucarachas, para posteriormente limpiarse gracias al camión de la basura. De esta forma se desarrolla una obra procesual y cíclica.
Cabe recordar que la colonia Buenos Aires —originalmente hogar de un gran número de fontaneros y vendedores de herramientas— a partir de los años 40, con el auge del automóvil y los oficios relacionados con éste, se transformó en un barrio asociado a la venta de autopartes. A partir de la década de los noventa, la colonia comenzó a llamar la atención de artistas debido a la carga simbólica que adquirió, pues se trata de una zona relacionada con una cultura trash de uso y deshecho, tan común en las democracias actuales. Con el tiempo, surgieron asociaciones contraculturales hasta que recientemente se instauraron espacios artísticos de autogestión.
Con un estilo que nos remite a una cultura subterránea, y a la vez con el uso de los colores patrios, la pieza a muro presenta el verso “Patria, impecable y diamantina”, de López Velarde, junto al busto de éste en alto contraste que pareciera escurrirse, haciendo alusión al deslave de los falsos ideales con los que se construyó al país.
Para actualizar las condiciones y características descritas en La suave patria, Santiago Robles y el poeta Benjamín E. Morales (Ciudad de México, 1984), intervinieron fragmentos del poema —los cuáles se presentan en el interior de Ladrón—, resaltando letras que al leerse juntas forman palabras relacionados con distintos contextos modernos del país: CORRUPCIÓN / NARCOTRÁFICO / DESAPARECIDOS. Es evidente que después de un siglo, Robles no hace referencia a montañas, valles o ríos para resaltar las características de un arte nacionalista. En cambio, utiliza el verso haciendo hincapié en los fallos que hemos tenido como nación para integrarlos con los ideales de una figura icónica —la de López Velarde— y proponernos una variable dentro del arte colaborativo que ha venido desarrollando los últimos años. Es quizá en este nuevo contexto que podemos ver la intención del artista de juntar e involucrar a un público amplio, al barrio, a los artistas y a los versos para organizar un anti-grito proclamando: ¡Viva Monsanto! ¡Viva McDonald’s! ¡Viva la sangre! ¡Viva la corrupción!, nombrando así a lo que ¿no somos, no nos representa o define? Esto nos permite recordar que ahí sigue nuestra cultura, nuestros artistas (revolucionarios/marginados), nuestros espacios públicos y muros (algunos olvidados, ignorados, devorados por la publicidad o las campañas políticas, destruidos por los sismos o tapados por la basura).
Afortunadamente, muchas paredes continúan disponibles para plasmar las grandes ideas, fantasear, unir, parafrasear y convertirse en nuevos paisajes, nuevas referencias a la tierra. Sirven potencialmente para generar un ideal contemporáneo de nación, de patria impecable y diamantina, lugar de expresión para todas las ciudadanas y ciudadanos en cada una de sus calles.
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Texto publicado originalmente en el portal de Gas TV. Gracias a Pamela Ballesteros y a Daniel Pérez Coronel.