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Un saludo a los desconocidos. El diseño gráfico de Rafael López Castro

Julio 2017

La historia podría remontarse a las incontables tardes de niñez que pasé en el Norte de África —nombre con el que mi papá había bautizado a la casa donde vivíamos—, coloreando las publicaciones de Ediciones El Ermitaño: Dichosa edad, Cosas de familia, El libro del sol, Estrellas con cabellera, entre otras. Sin embargo, algunos años después mi papá me pidió prestada la colección de cuadernos para diseñar carteles con las ilustraciones —vestigios físicos de las primeras colaboraciones que realicé con el maestro Rafael López Castro (Degollado, Jalisco, 1946)— y nunca las volví a ver. Se extraviaron. Con el paso del tiempo, buscando entre librerías de viejo y tendidos callejeros, he conseguido rehacer parcialmente mi colección, pero ahora es incolora, por lo que mantengo la voluntad encendida —de forma similar a la de Francis Alÿs con sus esculturas de bronce— de algún día reencontrarme con aquellos tesoros de la infancia.

Me referiré, por lo tanto, a acontecimientos un poco más recientes: Rafael y yo nos encontrábamos en febrero de 2009 en un automóvil que partía de la ciudad de Oaxaca hacia la capital del país. El maestro había viajado para impartir un taller de diseño que celebró los primeros veinte años del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, y había fotografiado a Toledo en su estudio mientras trabajaba. Yo conducía mientras el maestro hablaba. Me disculpaba, pues la conversación tenía tintes de entrevista: ¿Cómo era la Imprenta Madero? ¿Qué portadas diseñaste cuando fuiste director del departamento de diseño del Fondo de Cultura Económica? ¿De qué hablabas con Rulfo, Paz o Huerta? Y es que cualquier persona que haya tenido el gusto de estar cerca de Rafael López Castro sabe que, además de ser un excelente lector, editor y diseñador gráfico, es cautivador como conversador.

De acuerdo con Giulio Camillo, filósofo italiano, las imágenes que observamos cotidianamente significarán para nosotros cosas inteligibles que no pueden ser comprendidas por los sentidos, y a partir de ellas sólo podemos imaginar o pretender «iluminarnos» gracias al uso del «intelecto activo» (lo que en Aristóteles correspondería a la «mente» platónica, y que nos permite «intentar entender»). Esto es algo muy presente en el pensamiento de López Castro asociado con la visibilidad: cada imagen que él ha creado cuenta con una serie de razones de ser, tiene múltiples sentidos trazados a conciencia, y por ello nunca se refiere a técnicas o a tiempos de creación, sino que profundiza, por ejemplo, en las razones y el contexto que lo llevaron a incluir o a dejar fuera cierto elemento en un dibujo o una fotografía, o en por qué optó por utilizar determinado encuadre o color, a pesar de que éste no haya resultado necesariamente complaciente con la vista del espectador.

Mediante el uso de diversos medios, como el collage, la fotografía, el dibujo e incluso la mayólica, López Castro apela a lo que John Berger llamaría una conspiración entre huérfanos: rechazar las jerarquías, ser impertinentes, sobrevivir a las adversidades a pesar de todo e intercambiar guiños de complicidad. Para Rafael el diseño gráfico es un «saludo a los desconocidos», una forma de aceptarnos huérfanos frente al mundo; huérfanos interesados en crear identidades a través de la imaginación.

En 2007, Alejandro Magallanes escribió en un texto que llevamos a La Habana para presentar una exposición: «Rafael López Castro concibe al diseñador como el chamán de una tribu prehistórica que dibuja en las paredes de las cuevas para que a toda su gente le vaya bien». Por otro lado, algunos críticos han relacionado su trabajo con el de los polacos Roman Cieslewicz y Wiktor Gorka, así como con el de distintos diseñadores cubanos y soviéticos (Rafael militó durante un tiempo en el Partido Comunista Mexicano, idilio que duró hasta que lo expulsaron por diseñar el cartel en el que representó a Karl Marx brindando con un tarro de cerveza). Sin embargo, aunque pudo haber oído hablar de algunos de estos autores; y de otros vio, estudió y se inspiró en ciertos aspectos de su obra, lo cierto es que le resultaron personas completamente ajenas, pues no pertenecían a lo que para Rafael es el centro del mundo, que corresponde con el territorio donde nació y creció al lado de su gente.

En aquel viaje nos detuvimos en la carretera a tomar un descanso. Frente a nosotros, en todo su esplendor, la Sierra Madre del Sur estaba vestida de sol y esmeralda por el bosque de cactus columnares que alberga. Yo tomaba un poco de agua, él fumaba un cigarro. Lo cuestioné sobre su devoción guadalupana (Rafael se autodenomina «juarista guadalupano»). Rafael respiró y contestó con un ejemplo: «En Degollado, a mi abuelo Emeterio le encantaba que yo le leyera, por donde anduvieran sus intereses y mis posibilidades, desde las Memorias de Pancho Villa de Martín Luis Guzmán, hasta las historias de Chucho el roto. Gracias a este familiar aprendí a amar la lectura, pues él aguantó hasta que me volviera de izquierda: “Mire, mijo, respete mi religión y hasta yo me vuelvo socialista”, me decía». Y después, tras una pausa, Rafael continuó: «Se necesitaba de una gran sabiduría natural para plantear este tipo de verdades, por eso las cosas que yo más amo en el mundo son las que se dan sin condiciones. ». Rafael había publicado en Ediciones Era (2006), un ensayo fotográfico sobre las distintas representaciones populares de la virgen de Guadalupe que podemos encontrar en el entorno urbano, desde un grafiti en una barda hasta una instalación que intentaba iluminar la larga noche mexicana.

Por suerte, entrando por la autopista a la capital, como si fuésemos los protagonistas de un película de Buñuel, nos perdimos por varias horas al dar una vuelta en falso. La situación dio pie para que termináramos nuestra conversación en torno a su obra, listado que aquí amplío para quienes no conocen el trabajo de Rafael: es cofundador de la Bienal Internacional del Cartel en México y del Salón Rojo; erigió, junto con Arturo Negrete, el taller 75º Color, un referente mundial en impresión serigráfica; ha organizado homenajes visuales colectivos e individuales para José Guadalupe Posada, Francisco de Goya, José Martí y Pablo Neruda, entre otros; ha diseñado carteles para teatro y cine, por ejemplo, Frida de Paul Leduc, Canoa de Felipe Cazals, Yourcenar o cada quien su Marguerite de Jesusa Rodríguez y varios para la Cineteca Nacional. Elaboró carteles de protesta por el asesinato en Acteal (1997), por la situación de los pueblos indígenas a 500 años de la colonización del continente americano y para el Partido Mexicano Socialista (PMS). Innumerables son las portadas que realizó para las colecciones Lecturas mexicanas y Biblioteca joven del FCE, o de series como Nuestros clásicos, para la UNAM. Hombre de muchos rostros, se hizo de tiempo para diseñar publicaciones editoriales como la Revista de Bellas Artes, El Machete o Voz y voto y, aunque no sean hechos tan conocidos, creó logotipos e imágenes institucionales como la del PRD, la FIL Guadalajara, TV UNAM, la Academia Mexicana de Derechos Humanos, el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, el Instituto Electoral del Distrito Federal, el Festival del Centro Histórico de la Ciudad de México, Petra ediciones y muchos más. Dio vida a ensayos fotográficos publicados bajo títulos como La huella de Juárez, Caras vemos, Concierto de cámara o Domingo de Ramos en Uruapan, y, aunado a lo anterior, realizó distintas gestiones para colocar esculturas públicas de artistas nacionales y diseñó discos para Jaime López y Óscar Chávez, entre muchos más. López Castro ha presentado decenas de exposiciones colectivas e individuales tales como Entre pleca y pleca (1988), en la Galería de Arte Moderno de Guadalajara; Diseño gráfico (1992), en el Museo de Arte Carrillo Gil o Es lo que no es (2011), en la Fundación Héctor García. También ha recibido reconocimientos como el Premio Quórum al mérito profesional 1999 o el Premio Artes de Jalisco 2000, pero creo que ninguno le da más orgullo que el corrido popular que le compusieron en su tierra natal.

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Este texto se publicó originalmente el 28 de junio en el portal web de la revista Código.

* Selección de imágenes: Alejandro Magallanes.

** Gracias a Mariano López por su apoyo en esta publicación.

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