Carpa Orgánica de la Soledad

El proyecto Carpa Orgánica de la Soledad propició un vínculo con un grupo de personas trabajadoras sexuales de la Plaza de la Soledad, ubicada en el barrio de La Merced, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, mediante distintas actividades basadas en el establecimiento de relaciones horizontales que atendían intereses comunes. El proyecto se desarrolló al interior de una carpa instalada en el espacio público de la plaza, punto de reunión con un grupo de trabajadoras sexuales. Se articuló en torno a tres ejes temáticos específicos: el tiempo, el espacio y la energía.

1. Tiempo. La primera actividad se realizó en un ambiente de familiaridad y cercanía en el que las compañeras trabajadoras sexuales aprendieron a peinar o cortar el cabello o se pintaron y decoraron las uñas unas a otras. Estos actos permitieron experimentar el paso del tiempo de una forma contemplativa y ocupacional, además de que implicaron un discreto acortamiento de la distancia entre quien extendía la mano y quien la tomaba. Al conversar y compartir historias en ese encuentro momentáneo, las participantes se reconocían al escuchar y enunciar experiencias personales.
2. Espacio. Por medio de dibujos, las asistentes se representaron a partir de ejercicios de valoración. Los resultados transmiten momentos personales de felicidad o tristeza, y en ellos se manifiesta una diversidad de representaciones opuesta a los estereotipos que podemos encontrar en la televisión y en la publicidad comercial en la actualidad. Asimismo, las asistentes experimentaron física y emocionalmente su entorno inmediato —la Plaza de la Soledad— mediante la descripción gráfica. Establecieron así distintas relaciones entre el cuerpo, el espacio y la memoria. Sus trazos revelan historias personales que se vuelven colectivas.
3. Energía. En esta fase del proyecto, se desarrolló un espacio de exploración, descubrimiento y restitución de la función social de una plaza pública. Bajo la premisa de “Todos cocinamos, todas comemos”, se compartieron alimentos —la fuente primordial de energía— y se involucró a distintas personas que intercambiaron ingredientes e historias personales, guisos y recetas, a través de los cuales se generaron nuevas relaciones, vínculos afectivos, diálogos y aprendizajes entre conocidos y desconocidos.

En este sentido, el encuentro funcionó como un lugar en el que se reactivó la escucha y se valoraron la diversidad y la diferencia. Las experiencias vividas en el espacio público se tradujeron en distintos formatos dentro del recinto de exposiciones: crónicas, registros visuales de las actividades (fotografía, collage y dibujo) y piezas elaboradas de forma colaborativa.

La fase final del proyecto sucedió durante un evento en Ex Teresa Arte Actual, donde se compartieron la preparación y el consumo de alimentos con el público, conformando una comunidad efímera en la cual las participantes pudieron socializar las experiencias vividas en la Carpa Orgánica de la Soledad.

Pedro Ortiz-Antoranz y Santiago Robles.

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Antecedente: el proyecto Seis comidas compartidas, 2015

En Seis Comidas Compartidas —iniciativa de Santiago Robles—, un grupo de artistas, personas trabajadoras sexuales y jóvenes en situación de calle organizaron una serie de reuniones para preparar alimentos y compartirlos a modo de pícnic en la Plaza de la Alhóndiga, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. El entorno urbano se concibió como un lugar de exploración, descubrimiento y restitución de la función social de una plaza pública bajo la premisa “Todos cocinamos, todas comemos”.

El proyecto surgió del trazado de una ruta que señala la importancia histórica de un sitio y del encuentro azaroso con personas que lo habitan en el presente: hombres y mujeres jóvenes, de mediana y avanzada edad, que utilizan sus jardineras, banquetas y rincones para buscar el sustento, dormir, alcoholizarse y consumir estupefacientes.

Robles logró insertarse en el espacio propiciando una nueva interrelación de subjetividades y experiencias diversas en torno a la ejecución de una actividad colectiva, extracotidiana e informal. Seis Comidas Compartidas se lee como un experimento de articulación social, de comunidad, de intercambio y arraigo, en un lugar donde o se está de paso o se habita en condiciones precarias.

Karina Ruiz

Santiago Robles, obras de la serie Seis comidas compartidas, 2015, grafito sobre papel Super Alfa de Guarro Casas, 37.5 × 38.5 cm cada pieza. Edición de seis conjuntos de dibujos.

1. 17-05-15/15:20/Conexión clandestina
2. 03-05-15/14:13/Bendito fuego que todo lo purifica
3. 12-04-15/15:47/Así no se hace, güera
4. 03-04-15/14:51/A mí sólo ofrézcanme cuando cocinen piedra
5. 27-03-15/16:22/Picnic
6. 27-03-15/16:34/Seis comidas compartidas

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Carpa orgánica de La Soledad

Las crónicas que aquí se presentan describen el desarrollo del proyecto entre los meses de mayo y noviembre de 2016. Escribí cada narración poco después de la sesión de trabajo que se describe, aunque en ocasiones, debido a distintas circunstancias, tuve que aplazar la escritura, dejando lugar a que quizás se perdiera parcialmente la fidelidad de lo sucedido.

Algunas de las sesiones de trabajo no están incluidas en esta compilación debido a que decidí vivir esos momentos plenamente, sin la preocupación de registrarlos a través de distintos medios. Dicho esto, querida y querido lector, sea bienvenido a la Carpa Orgánica de la Soledad, proyecto multidisciplinario de voluntades colectivas.

Martes 24 de mayo
Pedro Ortiz-Antoranz me había presentado, meses antes, a un grupo de estudiantes de la Escuela Nacional de Trabajo Social de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) que estaban desarrollando un proyecto con personas trabajadoras sexuales en la Plaza de la Soledad del barrio de La Merced, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Tiempo después, le solicité a esta agrupación que nos invitaran, a María José Ramírez y a mí, a una de sus sesiones de trabajo para conocer a las chicas, aprender de ellas y preguntarles si querrían realizar un proyecto colectivo en los siguientes meses.

El día que nos presentaron con ellas, tuvimos una excelente recepción: nos pintamos las uñas entre todas con esmaltes que traía el equipo de trabajo social y detectamos que esta actividad quizás propiciaría, con el paso del tiempo, una relación de confianza. Les propusimos a las compañeras regresar dos días después con una presentación que considerábamos que podría ser de su interés. Se mostraron entusiasmadas, estuvieron de acuerdo.

Jueves 26 de mayo
Hoy le llevé una plática al grupo reunido de compañeras de La Merced en la que, con apoyo de imágenes, les hablé de cómo algunas mujeres de distintas épocas y lugares se han visto a sí mismas y se han retratado. Las imágenes mostraban una diversidad de representaciones opuesta a los estereotipos que podemos encontrar en la televisión y en la publicidad. A las chicas les encantó la dinámica, participaron constantemente, y yo también disfruté mucho la experiencia. Regresaré entusiasmado en unos días.

Jueves 2 de junio
Con base en la plática que les había traído la semana pasada, les propuse a las compañeras que hiciéramos nuestro autorretrato sin usar espejos, que representáramos en él lo que nos gustaba y lo que no de nosotras mismas, así como las características que recordáramos de nuestro cuerpo y de nuestra personalidad. La sesión fue muy emotiva, cada quien de forma voluntaria explicó sus resultados frente a todas.

“El árbol seco representa todas las cosas dolorosas que dejamos ir; el árbol con hojas, la oportunidad que nos brinda cada nuevo día. Me retraté dando un paseo en la naturaleza con el Popocatépetl detrás porque me gusta ver cómo echa fumarolas.” Alicia, 50 años.

Jueves 4 de agosto
A María José y a mí nos costó mucho trabajo y varias semanas reunir el equipo necesario para poder llegar a la Soledad e instalar la Carpa de una forma más estructurada: mesa, sillas, toldo, barnices y demás materiales. Por esta razón, no pudimos regresar en cuanto el equipo de trabajo social de la UNAM terminó su proyecto, lamentablemente ya no coincidimos. Yo estaba nervioso, no sabía si las compañeras de La Soledad iban a reconocernos y a aceptarnos de vuelta.

Prácticamente llegamos en automóvil hasta la plaza porque llevábamos muchas cosas. Nos instalamos poco a poco. Nunca habíamos utilizado nuestra carpa, estaba nuevecita. La abrimos, era gigante y roja: ¡perfecta! Caminamos por los alrededores en busca de las compañeras que ya conocíamos y no encontramos a ninguna.

—Hay que regresar y esperar— me sugirió María José. Estábamos platicando y pensando qué hacer cuando, al dar vuelta en Anillo de Circunvalación, vimos a lo lejos a Dani. Nos acercamos y, como lo temía, no nos reconoció o pareció no hacerlo. La saludamos y le dijimos que éramos las personas de la plática y los autorretratos. Su expresión cambió de inmediato, dibujó una sonrisa. Comenzamos a platicar y nos advirtió que no había llegado a la zona ninguna de las chicas que habían estado con nosotras en las sesiones anteriores. La invitamos a participar en la Carpa y le dijimos que daríamos una vuelta en lo que llegaban las demás.

Caminamos de regreso hacia a la esquina de Limón y San Simón, y nos encontramos a Alejandra. Nos reconoció de inmediato y se puso contenta de vernos. Siempre tiene buen humor. Enseguida se sumó a la iniciativa. Sorpresivamente, Dani nos alcanzó en ese momento y mi nerviosismo desapareció de golpe. Me di cuenta que quizá habíamos hecho un buen trabajo previamente porque las relaciones se estaban reactivando con facilidad.

—¡Sirve que voy con ustedes para que me den mi regalo!—nos bromeó Alejandra. Volvimos a la Carpa y vimos que Alicia estaba sentada en el puesto de tacos y quesadillas. Parecía que iba a comer, pero nos dijo que no. María José fue a hablar con ella y la invitó a que se uniera al grupo. Luego luego se paró y se acercó. Fui a comprar agua para todas porque hacía mucho calor y también traje botanas: cacahuates y chicharrones, y algunos vasos y platos.

Una vez reunidas las compañeras, les expliqué que nos habíamos tardado varias semanas en regresar a la zona porque nos había costado mucho trabajo reunir toda la infraestructura necesaria para comenzar formalmente y les pedí una disculpa. Les propuse que hiciéramos una lluvia de ideas sobre las cosas que nos gustaría llevar a cabo en la Carpa durante las próximas semanas. Estábamos platicando sobre eso cuando llegó Nataly. Se sentó, le dimos la bienvenida y continuamos. Nataly escribió en una hoja de papel que le gustaría que aprendiéramos a hacer peinados, cortar el cabello, maquillarnos y también algo de corte y confección; María José sugirió que hiciéramos unas máscaras de papel maché o unos alebrijes; Alicia propuso preparar postres, crear artesanías con rafia, pintar sobre tela, pintado de uñas, peinados y costuras; Alejandra apuntó que podríamos aprender a hacer espagueti, bordados en servilletas, diseño de uñas o peinados, y Dani se inclinó también por los postres y el dibujo.

Después de platicarlo durante un tiempo, quedamos en que la siguiente sesión cocinaríamos espagueti a la crema —propuesta de Ale— y pechuga empanizada —sugerencia de Dani—, y además prepararíamos agua de jamaica y ensalada. Se me ocurrió que los peinados serían una buena opción para la carpa porque casi todas coincidían en el interés por aprender a hacerlos.

A las compañeras les entusiasma mucho pintarse las uñas. Les permite olvidarse de sus problemas por un rato; además, la acción tiene una dimensión estética que se relaciona con el hecho de atender y cuidar su cuerpo, consentirse. Nos dividimos en parejas y cada quien le pintó las uñas a su compañera o compañero siguiendo sus instrucciones. Propuse que las uñas se pintaran de acuerdo con la manera en que se sentían en ese momento.

Esta actividad colectiva permitió que fluyeran distintas conversaciones a la vez. Alejandra se sintió relajada: “Venía flojita, no quería trabajar hoy”. Alicia se pintó las uñas de dorado. Encima del oro de la mano derecha, pidió puntos de color verde y, en el de la izquierda, pidió otros de color negro: “Venía pensando un montón de cosas y ya con esto se me bajó el estrés”. De pronto se acercó una señora bailando y nos preguntó:

—¿Bailo y me pintan una?
—¿No quieres todas?
—Una nomás, para la bailada.
—¿De qué color la quieres?
—Del que combine con mi ropa, nomás por la bailada

María José le pintó una uña de rosa y ella bailó intensamente. Después se alejó.

Dani es joven y cuida mucho su aspecto. Pide que sus uñas tengan muchos colores porque está contenta, dice quiere verse atractiva, pero, además, parece que le interesa denotar cierto estatus. No permite que Ale les ponga ninguna textura. Quiere sólo colores sólidos. Cuando hablamos de preparar comida, nos dijo que ella es de Chiapas y que allá se preparan muchos camarones, que eso le gustaría comer.

Se planteó la posibilidad de hacer un recetario de cocina para incluir los platillos que a las chicas les gustan (algunos, por ejemplo, que fuesen típicos de su lugar de origen) y que podríamos preparar en el espacio público, dentro de la Carpa.

A Alicia y a María José no les gustan mucho sus manos, sienten que parecen de hombre porque las venas están saltadas. A Nataly no le gustí cómo le pinté las uñas. Me había temblado la mano y no había aplicado pareja la capa de esmalte, estoy aprendiendo. En algún momento, incluso se limpió lo que le había hecho, pero las demás chicas le dijeron que se veía bien y continuamos. Ella fue un poco más atrevida en comparación con las demás y me pidió que alternara dos colores: una uña amarilla y la siguiente morada. En las moradas me pidió que pusiera puntos negros y en las amarillas agregué ralladura de oro: uñas de zarzamora y cocada. Yo, conforme fue avanzando la tarde, sentí que la unión o conexión aumentaba , que algo significativo podía ocurrir ahí. Solicité, entonces, que por favor me pintaran el universo en las uñas: planeta con anillos, sol, estrellas, luna.

En algún momento, el viento sopló fuertísimo y la carpa salió volando, como en los cuentos. Por suerte mientras viajaba se atoró en un tubo y eso impidió que se fuera lejos. Terminamos la sesión. Alejandra, con su sonrisa de siempre, nos ayudó a levantar.

Martes 9 de agosto
Llegamos a la plaza y sacamos las cosas. Encontramos a Karla y a Roberto, coordinadores del Hogar Integral de Juventud, y les platicamos que estábamos muy contentos por el éxito de nuestra sesión anterior, pues ellos habían estado de vacaciones y no los habíamos visto. Instalamos la Carpa en la banqueta, en el mismo lugar de la semana pasada. En ese momento llegó Martín, quien cuida y organiza los automóviles que circulan y se estacionan en la zona, y nos pidió que le dejáramos el espacio libre porque tenía que estacionar otro coche. Nos movimos.

El Hogar Integral de Juventud es una institución de asistencia privada cuyo edificio se encuentra frente a la Plaza de la Soledad. En él se ofrece protección, sanitarios limpios, casilleros, exámenes médicos y distintos tipos de talleres de forma gratuita a las personas en situación de calle. En este lugar nos permiten, amablemente, guardar la toda la infraestructura y los materiales del proyecto entre una sesión y otra.

Majo se quedó cuidando las cosas mientras yo iba a buscar a las compañeras para avisarles que ya habíamos llegado. Caminé a la esquina, di vuelta a la derecha, avancé toda la cuadra y no vi ninguna cara familiar. Regresé a la esquina, crucé la calle, avancé por la otra banqueta y nada: “Ya llegarán”, pensé.

Regresé con Majo. Le expliqué que no había nadie y decidí ir a comprar lápices y papeles para dibujar mientras esperábamos. Caminé por la Plaza de la Soledad, un lugar muy interesante, con mucha historia y que es sórdido a la vez. Estaba llena de personas en situación de calle, muchos de ellos consumiendo drogas. Mientras caminaba me sentí desprotegido pero estaba entusiasmado con el proyecto y enfocado en él, así que crucé el espacio.

Anduve por uno de los costados de la iglesia y vi a las personas que jugaban frontón contra una pared muy antigua. De pronto, alguien que caminaba muy cerca de mí comenzó a chiflar mucho y pensé que ahora sí ya me había llegado la hora. Volteé rápidamente buscando algún lugar o comercio a dónde meterme y, sorpresivamente, vi una papelería de la que ya me habían hablado, pero que nunca había visto abierta. Era un departamento particular convertido en negocio. Hablé nervioso con una señora que estaba esperando a que la atendiera alguien. Como no salía nadie a despacharnos, comencé a golpear insistentemente los barrotes con una moneda. Finalmente, apareció un señor con su pareja y nos preguntó qué queríamos.

—Son lápices de marca —me aseguró el vendedor y metió toda mi compra en una bolsa de plástico.

Me apuré a regresar, pues le había prometido a María José que no me tardaría. Crucé nuevamente la plaza y vi a una señora de edad avanzada que estaba prendiendo un cigarro gigante de marihuana, una vela. La viejita tenía mucha actitud.

Regresé y sentí por fin el calor de lleno golpeando nuestra carpa. Majo se fue a comprar unos chicharrones y un refresco mientras bromeaba: “Cuánto veneno le estoy metiendo a mi cuerpo”. Comencé a dibujar y Majo me platicó acerca de su primera cita de trabajo con una artista a quien le estaba ayudando en temas de escritura. Cuando me cuentan cosas de una persona que no conozco bien, aunque sean triviales, siento que en mi mente se va completando un juego de Tetris o un rompecabezas. Donde antes había oscuridad, de pronto se va dibujando algo de la identidad de una persona y eso hace que su rostro en la memoria cambie. Descubrí con sorpresa que ella, Laura Valencia, había editado una publicación titulada Compendio ilustrado del saber vivido, en la que se incluyen textos de mi amigo Alfadir Luna. Me dije que debía leer después esos textos. Por ahora estaba dibujando.

Mientras estoy sentado, la mayor parte de las cosas que están frente a mí cambian constantemente y yo hago corajes porque así no puedo retratar nada. Quise recurrir a la táctica de sugerir algunos trazos sobre el papel y después, en mi estudio, completar el dibujo con ayuda de mi memoria pero no alcanzo a la velocidad de la vida. Después pensé que esa idea era ridícula porque estaba esperando sentado y no tenía ninguna prisa, así que mejor debía aprovechar el tiempo en estudiar los alrededores. María José dibujaba también. Me dan mucha ternura y me gustan sus trazos, aunque no puedo explicar bien por qué. Aparentemente hay inocencia y desfachatez en su apunte, pero el conjunto funciona muy bien, por lo menos mejor que mi intento necio por congelar un segundo del entorno en mi mente mientras lo plasmo en el papel.

Unas horas antes, cuando salimos de la estación del Metro y llegamos a La Merced, me sorprendió ver que la calle por la que siempre caminamos, Corregidora, estaba bloqueada porque estaban comenzando una obra de remodelación que parecía que iba a ser muy amplia.

—La van a hacer peatonal —nos dijo una persona que caminaba cerca de nosotros. Yo a veces desconfío de estas obras peatonales, pues, como ha podido verificarse en otras zonas del Centro Histórico, terminan convirtiéndose en plataformas hechas a la medida para que las empresas trasnacionales comiencen a instalarse y muchos de los comerciantes locales tengan que desplazarse o cerrar. Necesitamos más espacios peatonales pero también se necesitan cuidar a los negocios y los vecinos. Para muestra un botón: el corredor de la calle Madero y su tienda de Coca-Cola donde cientos de personas se forman a diario para que les personalicen su lata de refresco con algún nombre propio. Ya prácticamente no existen ahí comercios familiares cuando antes eran la inmensa mayoría.

Regresé a mi dibujo, vi la hora en el teléfono y le pedí a Majo que comenzáramos a alzar la Carpa para retirarnos. El dibujo de ella iba quedando muy bien, el mío tendrá una parte con texto que me prometí completar después. Lo bueno de este día en el que no tuvimos actividad con las compañeras es que pude pensar con calma algunas cuestiones relacionadas con el proyecto. Hoy fue un día de espera y, quizás, de algo de introspección. Regresaremos el jueves con todo lo necesario para preparar en el espacio público un menú de comida ideado por las compañeras. Esperemos que la balanza semanal equilibre su peso con una sesión de mucha actividad. Creo que así será.

Jueves 11 de agosto
Día de compromisos: María José y yo viajamos a Coyoacán, luego a Vallejo, luego a la San Rafael. Dejamos la camioneta prestada cerca de la estación San Antonio Abad de la línea azul y subimos al Metro. En el camino, una insegura voz me iba diciendo que quizás otra vez nos dejarían plantados las compañeras, pero había otra que respondía con firmeza asegurando que no importaba, que daríamos las vueltas que fueran necesarias para que el proyecto pudiera desarrollarse plenamente.

Al llegar a La Merced, María José me habló de su familia. Entonces pensé en las familias de las compañeras de la zona: ¿cómo estarían conformadas? Sé que la mayoría tiene hijos y hasta nietos, pero no mucho más. Cuando llegamos y antes de descargar nuestras cosas, me encontré con Alejandra y enseguida sentí que sería un gran día. Hablé con ella un momento, la saludé y me dijo que comenzáramos de una vez. Intentamos instalar nuestra carpa, pero Martín, quien cuida los coches, tenía ocupado todo nuestro lugar. Me dijo que no nos podíamos instalar ahí ese día porque tenía muchos automóviles a su cargo. Nos pidió que nos colocáramos en la amplia jardinera de enfrente. Nos adaptamos. Instalamos las cosas y fui por las demás chicas: Dani, Nataly y Alicia.

Más tarde, me quedé cuidando la Carpa mientras Majo y Ale iban a comprar lo que hacía falta para cocinar. Me di cuenta de que la idea de Martín de instalarnos en ese lugar era muy mala: toda la gente de alrededor me acosaba mucho, incluso se acercó uno de los asaltantes de la zona, un hombre muy joven conocido como el Bolillo, quien se sentó en una de las sillas sin pedir permiso y me exigió de mala manera que le diera un taco. Esta situación me puso tenso porque pensé que quizás su presencia provocaría que las demás compañeras no se quisieran sumar a la actividad del día. El Bolillo estaba muy afectado, no se entendía bien lo que decía.

Las compañeras se tardaron en volver y mientras tanto por la Carpa circularon toda clase de personas, algunas amables, otras no tanto. El Bolillo no se fue, pero tampoco quiso platicar conmigo, estaba en la actitud de no moverse de ahí porque intuía que algo bueno podría llegar eventualmente. Regresaron las compañeras con las cosas y las dividimos. Ellas se metieron al edificio del Hogar Integral de Juventud a cocinar la pasta y las pechugas, mientras yo me quedé afuera a cargo del pepino, los limones y el agua de jamaica, y de atender a las personas que no dejaban de acercarse a la Carpa. Una de ellas me dijo: “Soy bien mona de la piedra”.

Llegaron Nataly y Alicia y se sentaron. Les ofrecí agua y eso desencadenó una lucha por los vasos con las demás personas que se habían acercado a la Carpa. El Bolillo tomó un vaso; lo llevó, pero me dijo que estaba roto y lo deshizo frente a mí. Le comenté que no teníamos más. La situación se puso tensa y Alicia intervino y le regaló al joven su vaso con agua. Él se la tomó de un trago y exigió más.

De pronto, llegó un señor, saludó muy amablemente a las chicas y también a mí, luego pidió permiso para sentarse. Venía muy limpio, con buena actitud, pero enseguida detecté esa vibra tan peculiar que emiten las personas que te quieren vender algo. Él ya conocía a Alicia y a Nataly, y se puso a platicar con ellas. Era interesante la escena conformada por una persona entusiasta queriendo vender barras nutricionales y complementos alimenticios al lado de todas y todos los habitantes de la zona. Esta persona nos dijo que cada barra que vendía costaba 65 pesos y yo pensé que era mucho. Al día siguiente, me notificaron que más o menos ése es el precio real, lo que no dejó de parecerme caro, más aún en un contexto como el de la Plaza de la Soledad. Uno de los jóvenes que había permanecido en silencio se molestó con el precio, pero, como estaba en estado inconveniente, exageró su reacción y comenzó a agredir fuertemente al vendedor. Dentro de su reclamo incluyó frases como: “Yo estuve en Santa Martha nueve años”. Me dio la impresión de que podían comenzar las agresiones en cualquier momento. El señor de las barras se puso nervioso, pero sorteó de forma correcta la situación. El agresor se retiró gritando y amenazando al comerciante, enseguida éste abrió el empaque de una de sus barras y empezó a comérsela. Mientras lo hacía, nos aseguró varias veces que ese producto quitaba el hambre y que contenía proteína. Alicia le hizo burla porque la barra también tenía muchas calorías, pero al final le compró una con descuento.

El mercader habló bastante tiempo. Yo dejé de ponerle atención, pues me enfoqué en pensar qué podíamos hacer para remediar la situación general: en estas condiciones nunca lograríamos cocinar. “Vámonos adentro del edificio, al Hogar de Juventud”, me propuso Nataly. En ese momento, María José salió de ahí y le explicamos nuestra voluntad. Guardamos todo y fuimos hacia el interior.

Cuando entramos al edificio, vimos que todo estaba prácticamente listo y muy bien presentado. Agradecimos mucho y nos sentamos, pero antes subí a las oficinas del Hogar Integral de Juventud a avisarle al personal que tendríamos nuestra sesión en la planta baja porque Martín nos había despojado de nuestro espacio en la calle. Ella me prometió que, como institución, hablarían con él en la semana para que se respetaran los espacios.

Comenzamos a servirnos la comida y a platicar. Las compañeras contaron algunas de sus experiencias en el trabajo. Nos dijeron que las personas que más las agreden verbalmente son otras mujeres que pasan caminando por la zona. Algunas de ellas, mientras miran fijamente a las trabajadoras, le preguntan en voz alta a su acompañante si se verían bien trabajando así, mientras marcan su figura con las manos. Otras directamente las insultan. En una ocasión, una señora le preguntó a otra por qué estas chicas se dedicaban al comercio sexual: “¿A poco no pueden trabajar?, en mi casa hay harto trabajo, cuando quieran las contrato”, dijo. Cosas como éstas les suceden todos los días a Dani y a las demás.

La conversación continuó y las chicas empezaron a relatar algunas anécdotas que tenían que ver con sus clientes: “Los hombres son muy chistosos”, afirmó Alicia. Por ejemplo, nos contó que uno de sus asiduos frecuentemente la acuesta en la cama del hotel y le presume su tanga de hilo, después le muestra sus músculos y su trasero: “Me ha crecido mucho, ¿verdad? Lo tengo más mejor que antes, ¿no? Tócalo y dime”. También le muestra su abdomen de lavadero y le pregunta si le han crecido más sus partes a causa del ejercicio. “Hasta te han salido cuadritos allí”, le contesta ella burlándose. A otro de sus clientes —nos contó— le gusta pelear con ella en voz alta porque eso le provoca excitación. Le grita de cosas de una banqueta a otra en el espacio público. Esta escena puede durar bastante tiempo. “Seguro vienes de estar con otro cabrón”, le reclama, y ella debe seguirle el juego hasta que él decide finalmente llevársela a un cuarto de la zona. Inclusive él le pregunta si goza con otros hombres, a lo que Alicia debe responder que sí, pero que con ninguno tanto como con él.

También nos comentaron que los hombres eligen por lo general a trabajadoras sexuales que se parecen físicamente a sus parejas o exparejas, y que, ya en la intimidad, se quejan de ellas. Muchos hombres les declaran su amor a las chicas y, cuando ellas los ven con otras trabajadoras sexuales entrando a un hotel, argumentan con frecuencia que el problema es que ya están muy enamorados y que se van con otra persona para que se les quite ese sentimiento. Nos hablaron de cómo, en otras ocasiones, llegan nuevos clientes que no conocen, pero que por su actitud las intimidan. A algunas de ellas las han intentado ahorcar durante el acto sexual, por eso deben estar muy alertas: “Si les hablas claro y firme, se tranquilizan”, nos aseguró Nataly. “Hay que quitarles las manos y marcarles los límites”, concluyó. “El otro día vino un cliente muy joven conmigo —nos contó Alicia—, de unos veintitantos años, muy guapo, bien formado, y fuimos a la intimidad”:

—¿Y por qué quieres estar conmigo siendo tan joven?
—No sé por qué, pero a mí me gustan las mujeres más grandes, así como usted.
—Bueno, pero yo ya tengo mi experiencia en esto y sé cuando un hombre me puede hacer gozar, así que te vas a tener que lucir y tendrás que usar tus mejores movimientos porque yo ya me las sé de todas todas.

Esta conversación tuvo como resultado que el cliente se intimidara y no pudiera realizar el acto. Nos reímos todos en la mesa mientras escuchábamos esto: “Luego regresas por tu revancha”, le advirtió ella.

Comimos pasta con jitomate y queso. Alejandra consiguió unas charolas metálicas muy buenas para servir la comida. Hubo también pechugas de pollo aplanadas y aderezadas con pimienta y una ensalada de lechuga. A mí no me supo bien la comida en un principio porque estaba tenso por la situación anterior en la jardinera, pero poco a poco comencé a relajarme con la conversación de las compañeras. Les conté de la vez que estaba realizando un mural en Azcapotzalco y tuve que entrar en un hotel con las dos mujeres que me estaban ayudando a pintar. Teníamos que bañarnos y cambiarnos para ir a una cena y estábamos todos llenos de pintura. La señora de la recepción del hotel se indignó  y me acusó con mis acompañantes diciendo que yo ya había ido varias veces al hotel con distintas mujeres, cosa que era completamente falsa. Pensó que íbamos a organizar un trío en la habitación.

Hablamos durante la comida de las siguientes actividades que realizaríamos como parte de la Carpa, que estarían enfocadas principalmente en aprender a hacer peinados. Las compañeras me dijeron, burlándose, que se notaba que yo no lavaba la ropa ni limpiaba mi casa porque a mí nunca se me caía el esmalte de uñas que me ponían en cada sesión, que mi piel era muy suave. Comparaban sus uñas con las mías.

Quedamos en que cambiaríamos las sesiones de trabajo de los lunes a los martes porque una de las chicas viaja todas las semanas a Puebla para ver a sus hijos y no puede estar con nosotros. Terminamos de comer, lavamos todo, guardamos las cosas y ellas se repartieron lo que sobró de comida.

Los presentimientos que anuncian los grandes días raramente fallan.

Miércoles 17 de agosto
Estaba apurado, pues en una semana iba a inaugurar mi exposición “Reparadora” en el Polyforum Siqueiros, pero no quise faltar a mi compromiso en La Soledad. Vi el reloj, era tarde. Me había quedado trabajando en la computadora y no me daría tiempo de desayunar. Le llamé a Ginés, hablamos rápidamente. A los dos minutos me devolvió la llamada para decirme que ya había conseguido a una estilista que había aceptado colaborar con nosotros en La Merced y que vivía cerca de mi taller. Acordamos la hora y la remuneración por sus servicios. Corrí nuevamente y pasé por ella varios minutos tarde. Trini es una señora grande. La primera impresión que me dio fue que tenía interés por saber qué hacíamos, aunque Ginés ya le había comentado algunas cosas. Le expliqué, con mayor amplitud, en qué consistía el proyecto, y no me quedó claro si me había entendido. Le conté, a mi modo, lo que había sucedido hasta entonces en la carpa con todo y antecedentes. Manejaba con sueño, me había desvelado y también sentía mucha hambre.

Había tráfico en el camino y me di cuenta de que llegaríamos bastante tarde a La Merced. Al parecer, Trini comenzaba a familiarizarse con lo que le explicaba. Me dijo que probablemente no íbamos a poder hacer todo lo que teníamos planeado las chicas y yo en relación con el corte de cabello por la falta de infraestructura en el espacio público. Yo tengo un conflicto con este tipo de respuestas, ya me conozco, siempre quiero que todo se logre hacer. Trini me dijo que sin ciertas herramientas era imposible decolorar el cabello, por ejemplo (pero lo que ella no sabía era que en La Merced nos las arreglamos como sea, jaja). Me dijo otra cosa que es verdad: que las mujeres son muy delicadas con su cabello, es muy importante para ellas. Cuando una chica llega a la estética, prefiere esperarse a que se desocupe su estilista de confianza, aunque las otras estén disponibles. Quizás iba a ser algo complicado experimentar con varios cortes de cabello en la Carpa, pero no importaba, se avanzaría hasta donde las compañeras decidieran. Además, con una guía profesional como Trini, ¿qué tal que se animaban a probar cosas nuevas? Yo ya no tengo mucho cabello que puedan cortarme, pero de cualquier manera colaboraría con lo que hiciera falta.

Llegamos al Metro, compré algo de comer de emergencia. Me di cuenta de que Trini no podía caminar bien. Me explicó que se debía a una operación que le habían hecho en una pierna. Durante la caminata me contó de sus hijos, uno de ellos quería ser abogado. Pensé en mi libro Semilla de sol y en los argumentos que la encargada de su publicación repetía constantemente mientras estábamos editando el material. Quería que todas las personas a quienes citaba en la edición me entregaran una carta autorizándome para publicar su cita: algo inverosímil. Estuve a punto de conseguir un abogado para asesorarme, pero al final logramos ponernos de acuerdo. En fin, llegamos a La Merced y le pedí a Trini que me esperara en el edificio del Hogar Integral de Juventud mientras buscaba a las chicas.

Mientras caminaba, me di cuenta de que Martín, la persona que cuida los coches, nos había guardado el lugar para instalar la carpa, lo que me dio mucho gusto. Di varias vueltas y no encontré a ninguna chica. Regresé con Trini y decidimos continuar platicando mientras esperábamos. Me contó que ella asiste a grupos de Alcohólicos Anónimos para acompañar a una de sus comadres. Me explicó que, desde su punto de vista, detrás de los alcohólicos siempre hay una historia de sufrimiento: violencia, abandono, indiferencia y demás. Este relato me hizo pensar que tal vez a ella no le resultaría tan complicado adaptarse a nuestro proyecto debido a la facilidad que tenía para acercarse y escuchar a distintos tipos de personas. Por otro lado y en contra de mi voluntad, yo continuaba durmiéndome y, de pronto, me di cuenta de que el sándwich y las papas fritas que me había comido en el camino estaban produciéndome dolor cerca del estómago. Típica combinación que genero cuando estoy presionado por algo: me desvelo, no como a mis horas y, cuando lo hago, como cosas poco sanas. Me acordé de lo mal que la pasé el año pasado con una colitis nerviosa. En ese momento, frente a Trini, sentí lo mismo que en aquel entonces, sólo que en menor proporción. Me di cuenta del malestar porque comencé a moverme mucho en la silla mientras la escuchaba hablar. Estaba incómodo por el dolor.

Vi el reloj, eran las dos y media. Le pedí a Trini que me esperara mientras salía a ver si encontraba a alguna de las chicas. Apenas había puesto un pie fuera del edificio cuando me encontré a Dani y nos pusimos a platicar. Me dijo que ella ya se iba. Se la presenté a Trini. Avanzamos un poco más y me encontré con Nataly, quien venía llegando a su zona de trabajo. Me dijo que Alicia estaba por llegar, entonces decidimos que, finalmente, tendríamos sesión de trabajo. Sacamos la carpa y la instalamos. Trini nos pidió que nos pintáramos las uñas entre nosotros para ver nuestra técnica. Después de un rato de observarnos, comenzó a corregirnos: “La mano que sostiene la mano cuyas uñas van a ser pintadas debe sujetar la botella del esmalte también, así no se seca la pintura, pues la brocha viaja muy poca distancia”. Pensé que todo en esta vida, por sencillo que parezca, tiene su complejidad, y continuamos. Trini nos dejó pintarnos las uñas libremente, salvo por algunas indicaciones. De pronto, le preguntó a Alicia si se dejaba hacer una trenza. Así comenzó la sección de peinados. Yo me limitaba a observar la escena. Quería aprender a hacer trenzas, pero también me interesaban los gestos de las chicas, las cosas que decían, la forma en la que aprendían y su manera de interactuar entre ellas. Alicia decía cosas muy chistosas. Nataly se ponía nerviosa al practicar. Trini era muy firme y enseñaba la técnica de una forma muy directa, daba órdenes y hablaba con fuerza. Yo comencé a tomar apuntes y a realizar algunos bocetos de la escena. Después de un rato de acomodo debido a la nueva dinámica de trabajo, las compañeras se acoplaron entre sí y el ambiente se volvió agradable. A Alicia le quedó muy bien su trenza, pero le molestaba que le jalaran el cabello.

Después cambiaron lugares y a Alicia le tocó hacerle trenzas a Nataly con la supervisión de Trini. Alicia ya había tomado clases de corte de cabello en algún momento de su vida, así que el grado de dificultad de las trenzas que le hizo a su compañera fue mayor. Muchas personas se acercaron a ver lo que estábamos haciendo. Una de ellas, que resultó ser conocida de las dos, les ofreció tangas a la venta. La escena fue divertida. Me pidieron asesoría para elegir sus modelos. Alicia le compró algunas, pero luego se quejó de su calidad: “Se están deshaciendo ya y las acabo de comprar”, aseguró, mientras las estiraba con las manos. Nataly tiene mucho cabello, las trenzas le quedaron grandes pero muy bonitas.

Jueves 1 de septiembre
Nos reunimos con Trini en el andén de la estación del Metro General Anaya y partimos hacia La Merced. En algunas partes del trayecto nos tocaron los vagones a reventar de gente. En una estación, al abrirse las puertas del transporte, los pasajeros salieron disparados como en una estampida, llevándose con ellos a muchas personas que no querían bajarse en ese lugar y que no lograron subirse nuevamente al convoy.

Llegamos con mucho calor a la esquina de Limón y San Simón de la Plaza de la Soledad. Fui a buscar a Dani, pero cuando comencé a hablar con ella me di cuenta de que ya no iba a participar en la Carpa. Algo había pasado. Ojalá que en el futuro pueda regresar con nosotras, pero esto muchas veces no tiene que ver con decisiones de las propias compañeras, sino con otras personas o circunstancias.

Comenzamos a trabajar con Alicia y Nataly. Les di algunos anuncios: había solicitado el apoyo económico de una beca para poder extender nuestro proyecto por dos años, pero no nos lo habían otorgado y yo, como responsable inicial de la Carpa, sólo podría estar hasta el mes de noviembre del mismo año. Les pedí que consideraran si era de su interés mantener el proyecto entre ellas cuando yo ya no pudiera estar. Les comenté, también, acerca de la idea de organizar una comida dentro de Ex Teresa como cierre de esta primera etapa del proyecto, en la que ellas pudieran compartir su experiencia, si así lo deseaban, con el público asistente. Su respuesta fue positiva, aunque no demasiado entusiasta, para mí tampoco fue grato pensar que en algún momento nos tendríamos que despedir aunque sea por un periodo. Por otro lado, les sugerí que invitáramos a más compañeras a participar en las clases de Trini para aprovechar mejor su disposición y conocimiento. Comenzamos, entonces, a escribir pequeños volantes y tarjetas. Alicia y yo fuimos a repartirlos y esperamos. Todo sucedería poco a poco, pensamos.

Nataly nos contó de sus hijos. Nos dijo que casi no los ve y que su marido, que no es el papá de ellos, es quien se encarga de su cuidado en la casa mientras ella trabaja. También agregó que él los alimenta muy bien, que los tiene muy gorditos. Alguien le respondió que estar gordito no quiere decir necesariamente que se está bien alimentado. Ella no contestó, más bien añadió que se toma un día cada quincena para estar con sus retoños. Las demás escuchamos atentamente.

Inició, entonces, la clase de corte de cabello. Nataly le hizo un despunte a Alicia. Se sumaron Alejandra y Rocío, una mujer que fue trabajadora sexual también, pero que ahora vende tacos de guisado en la esquina donde tiene sus cosas Martín. Trini le enseñó a Nataly cómo avanzar con el despunte por capas. En algunas ocasiones, sus instrucciones eran muy enérgicas. A la aprendiz le temblaba la mano al cortar el cabello. Alejandra y yo tomábamos apuntes, María José sacaba algunas fotografías. Muchas personas se acercaron a observar lo que estábamos haciendo. Las invitábamos a quedarse y a colaborar. Trini enseñaba la técnica paso a paso: utilizaba mucho la palabra firmeza.

Mientras tanto, Alicia se comía una paleta de dulce con forma de dedo y bromeaba diciendo que era de otra cosa. Aprovechó para consentirse y tomarse un agua grande de piña y un capuchino. Yo compré agua simple para todas, la distribuí en vasos. Majo compró chicharrones de botana. Trini entonces explicó cómo la cabeza de una persona puede ser pensada como un transportador en el que los mechones que se levantan marcan grados de elevación: “Peinar bien recto hacia mí”, “No hay que soltar ninguna herramienta”, “Tienes que poder”, repetía constantemente mientras impartía su lección. Un habitante de la zona se nos unió y solicitó que se le cortara el cabello. Le decía tía a Alicia. “Para la próxima —contestó ella—, ¡pero te bañas!”. Cuando sacamos la cámara para hacer algunos registros, él señalaba la lente y se soltaba a reír. “Con un nuevo corte y la cámara, voy a ser famoso”, decía. Después estuvo hablando solo un buen rato y se marchó.

Terminó la sesión con Nataly. Alicia lucía muy bien. Después, Trini le explicó otros detalles a Alejandra, para que no se atrasara en el aprendizaje, y le pidió que llevara ciertos materiales para la siguiente sesión. También le explicó algo sobre la gradación de los peines que no logré entender bien. Los demás nos reunimos y acordamos hacer pay de limón para la siguiente sesión. Yo me ofrecí a conseguir la leche condensada y el queso crema, y las chicas se dividieron el resto de los ingredientes. Nos despedimos. Nataly le gritó a Majo que no podía faltar a la siguiente sesión.

De regreso, hacia el Metro, muchos puestos de mercancías le rendían tributo a Juan Gabriel, quien había fallecido cuatro días antes. Amor eterno sonaba a todo volumen mientras nosotros desaparecíamos por una puerta que nos habría de conducir hacia el subterráneo.

Miércoles 7 de septiembre
Sesión de percepción y reconocimiento del entorno. Tras una breve explicación que les di a las chicas sobre cómo tomar fotografías sencillas, caminamos por la Plaza de la Soledad y sus alrededores, compartiendo experiencias y puntos de vista respecto a los lugares que recorríamos.

Jueves 8 de septiembre
Debido a pendientes laborales, estuve viajando por distintas partes de la ciudad. Para variar, mi teléfono se quedó sin batería. ¿Y el cargador? No lo traía. Cuando por fin pude conectar mi teléfono con un cargador prestado y le marqué a Trini, ella ya estaba ocupada, no podría acompañarnos a la sesión de trabajo.

María José y yo tomamos los esmaltes y nos dirigimos hacia La Merced. Llegamos e instalamos la Carpa. Esta vez el entorno de trabajo resultó más agradable porque ya no estábamos rodeados de automóviles, debido a que la delegación Venustiano Carranza había bloqueado la calle. María José me esperó mientras fui a conseguir manos de plástico, uñas de acrílico, pegamento, limas y distintos accesorios más para practicar el esmaltado. Regresé y comenzamos a pegar las uñas en las manos. Yo lo hice mal, las coloqué donde no iban y convencí a María José de que las pegara de forma incorrecta también. Nataly se unió a la sesión y nos explicó cómo debíamos hacerlo. Una vez que pegamos los acrílicos, comenzamos a practicar el pintado de uñas. Nuestros diseños, pensé, estaban muy influenciados por cierto tipo de moda extranjera. Parecían variaciones de pinturas de Mondrian o de ciertas marcas de ropa. Qué chafa. Nataly se inspiró y, para desentonar, añadió un corazón negro como detalle en una de sus composiciones.

De pronto, de la nada, apareció una nueva chica entre nosotras. Sin decir una palabra, se sentó a nuestro lado en la mesa. Esto nos llenó de gusto porque significaba que nuestros volantes promocionales estaban teniendo efecto. La chica se llamaba Ángela, era extremadamente tímida, pero tenía muy buena actitud. Se notaba que tenía ciertos conocimientos de manicura y nos explicó algunas cosas, por ejemplo, para qué servían las distintas limas de uñas que había comprado: pulir, rebajar, limar, redondear… Cada detalle de la vida encierra todo un universo dentro de sí. Al poco tiempo se acercó otra compañera, a ella ya la habíamos visto varias veces porque normalmente espera a sus clientes muy cerca de la Carpa. Nunca estuve seguro, pero creo que no saludó al llegar. Simplemente se dedicó a permanecer de pie junto a Ángela y a molestarla en tono de broma, pues resultó ser su amiga. Le hacía bromas un poco pesadas, aunque parecía que así se relacionaban cotidianamente. Nosotros invitábamos a la nueva chica a sentarse, pero no aceptaba. Pasó el tiempo y finalmente nos dijo que se llamaba Leti, pero no quiso participar con nosotros en la actividad que estábamos desarrollando. “¿Para qué vino entonces?”, me preguntó Nataly en voz baja. Un rato después, Leti aceptó que Ángela le pintara las uñas. Se vivió un ambiente agradable en la Carpa.

Nataly nos contó cómo le había afectado la muerte de Juan Gabriel a Alicia: “No podía parar de llorar durante horas”. Nos dijo que incluso fueron al homenaje del divo en Bellas Artes, pero había demasiada gente y Licha no paraba de llorar, así que decidieron retirarse. Mientras escuchábamos esto, se acercó un vendedor y —vaya coincidencia— nos ofreció unos calendarios de Juanga que estaba promocionando. Los calendarios tenían una ilustración como si se tratara de un descendiente moderno de Jesús Helguera. Encargamos varios para la siguiente semana. Nataly ya le había comprado uno a Alicia días antes.

Nos estaban quedando muy bien las uñas a todas. Ahora teníamos una colección de manitas decoradas. Llegó más botana y, sorpresivamente, se acercó una participante más a la Carpa. Nunca supimos su nombre: decía muchas cosas sobre temas muy variados que no estaban relacionados claramente entre sí. Ella pidió que le pusiéramos las uñas de acrílico en las manos y que se las pintáramos. Comenzamos a actuar como profesionales para que no se dijera que nos habían tomado desprevenidos. La nueva chica hablaba mucho, cambiaba de un tema a otro con rapidez; iba con un amigo o cliente, a quien le pidió que la esperara sentado afuera de la Carpa mientras le hacían sus uñas. De manera ocasional, se dirigió a él para pedirle que le pasara algo de su bolsa o que le tomara una fotografía con un celular. Las chicas se turnaron para atender a la nueva integrante. Ella nos contó que ya pronto iba a entrar de lleno el plan de remodelación integral de La Merced: “Nos van a sacar a todas las trabajadoras sexuales de esta zona”, nos advirtió. “Ya comenzaron —le contestó Nataly—, están volviendo peatonal la calle de Corregidora y, si se van los comercios ambulantes, nos vamos nosotras también”. Leti agregó: “Nosotras no tenemos quién nos defienda, no somos un gremio, a nosotras nadie nos pregunta nada nunca”.

Pasó el tiempo y el tema de conversación cambió de rumbo. Nataly nos contó que, ese mismo día en la mañana, había pasado caminando un cliente solo junto a ella y las chicas que trabajan a su alrededor y les había descrito, de pronto, la forma en la que iba a estar con ellas en la intimidad, aunque después había seguido caminando tranquilamente. Un rato después pasó de regreso, pero ni siquiera las volteó a ver porque iba caminando con su pareja; entonces Nataly, molesta, les gritó a sus compañeras: “¿Cómo dijo este tarado que nos iba a hacer?”. Todos nos reímos en la Carpa. Ángela y María José terminaron de hacerle su manicura a la nueva integrante, quien nos agradeció mucho por todo. Nos mandó besos y le pidió a su acompañante que nos repartiera unos chocolates. Tomamos entre todas varias fotografías de la sesión.

Las compañeras propusieron que el siguiente miércoles retomáramos la idea de hacer el pay de limón, y María José y yo nos quejamos porque nos habían dejado plantados días antes, pero estuvimos de acuerdo.

Tuvimos una muy buena sesión. Pensé en las primeras piezas colectivas que servirán como registro del proyecto: les propondré pintar el entorno de La Soledad, a partir de las fotografías que tomamos, con esmalte de uñas sobre papel.

Miércoles 14 de septiembre
Llegamos a La Merced e instalamos la Carpa. En esta ocasión no fui a buscar a las compañeras para avisarles que ya habíamos llegado, quise comprobar que el proyecto se había empezado a dar a conocer por sí mismo. Me despinté las uñas de la sesión anterior y María José me propuso pintármelas nuevamente mientras llegaban las chicas. Comenzamos con los esmaltes y al poco tiempo llegó Nataly: “Hazle unas uñas patrióticas”, le sugirió a María José, y nos pareció una buena idea. Elegimos como motivos tunas, serpientes, magueyes, soles y nopales. Para los colores, nos diversificamos para aprovechar los recursos e incluimos morado y amarillo. De pronto algunas uñas parecían también banderas de la República española, lo cual me dio mucho gusto.

Cuando pocas personas comienzan a realizar tareas sencillas para el beneficio de las demás y con el tiempo se va sumando gente de manera voluntaria, se genera una verdadero trabajo comunitario. Nataly nos platicó que en ocasiones no tenía ni un cliente al día, que el trabajo estaba muy flojo debido a que los niños acababan de iniciar el ciclo escolar y requerían mucho dinero para sus útiles. También nos habló de los precios que en promedio cobran ellas por su trabajo, aunque este tema es complejo y sólo pudimos abordarlo brevemente porque llegó uno de sus clientes y se fueron. Al poco tiempo regresó y Majo comenzó a pintarle las uñas. Yo me puse a practicar con las de acrílico. Volvió a pasar el señor de los calendarios de Juan Gabriel y le recordamos nuestro encargo, nos dijo que lo tenía en cuenta, pero que se le habían terminado, que para la otra semana. Nataly eligió un diseño muy atractivo para sus uñas, con los colores basados en su atuendo del día: puntas amarillo sólido y el resto con puntos cafés. De pronto llegó un nuevo cliente y se volvió a ir. “Menos mal que la temporada anda floja”, le comenté bromeando.

Como si hubiera estado planeado, en el momento en que se fue Nataly con su cliente, llegó Alicia y se unió a la mesa. Le entregué una mano de plástico con las uñas de acrílico y le propuse que, como tarea, las llevara pintadas para el día siguiente, que iría Trini. Apareció Alejandra y le hice el mismo encargo. Nos terminamos de pintar las uñas entre todas.

Alicia me comentó riéndose que al día siguiente iría vestida de china poblana para darles un gusto a sus clientes por ser el Día de la Independencia. Platicamos un poco sobre lo que nos hacía sentir esa fecha del calendario. Ellas se burlaron de los acarreados que llevará el gobierno para el grito del presidente, pero reconocieron, también, que por la misma razón la plancha estará repleta. Yo pensé que me gustaría celebrar lo que hemos hecho hasta ahora en la Carpa. Les pregunté a las compañeras si en alguna ocasión se habían tomado un retrato fotográfico y me contestaron que no. Entonces les dije que, ya que algunas irían arregladas para celebrar el día patrio, podía traer la cámara y nos podríamos tomar retratos entre todas. Accedieron con entusiasmo. Nos pusimos de acuerdo sobre algunas cuestiones operativas para el día siguiente y comenzamos a levantar las instalaciones. Les pedí atentamente que al día siguiente se presentaran a la hora acordada para tomar las imágenes y aprovechar que iría Trini a darnos clase.

Las uñas de María José le quedaron preciosas. Tenían una base naranja-roja y líneas moradas y amarillas encima que las hacían lucir muy dinámicas, con movimiento. Mis uñas patrióticas resultaron ser un éxito, al grado de que las demás chicas solicitaron el mismo diseño para el día siguiente.

Pensé que la remodelación de la calle Corregidora estaba avanzando de manera vertiginosa. El gobierno local celebró fragmentando y levantando las calles y, por lo tanto, desplazando a sus usuarios, como Alejandra y Alicia. Nosotras celebraríamos representándonos tal y como somos: un grupo de personas que vienen de lugares y experiencias distintas, pero que tienen como punto de encuentro una pequeña área del espacio público de uno de los barrios más antiguos de la capital de este país que se sigue desmantelando gracias a su gobierno.

Jueves 15 de septiembre
Nos encontramos con Trini en la estación del Metro General Anaya y nos dirigimos rumbo a La Soledad. En la estación Pino Suárez nos bajamos con la intención de transbordar y fuimos a donde se toma la línea rosa con dirección a Pantitlán. Llegó el Metro y, cuando se abrieron las puertas, una horda de gente nos empujó muchísimo hacia adentro. Todos quedamos apretados. Cuando se activó la señal auditiva que anunciaba el cierre de puertas, me percaté de que las personas que habían empujado sobremanera a todos se habían bajado súbitamente del vagón. Uno de ellos aparentaba que le habían lastimado el pie, fingió. Las puertas se cerraron y nos fuimos. Llegamos a la estación Candelaria, la de los patos, y cuando salimos me di cuenta de que me habían robado el celular. Lo había guardado en la bolsa delantera de mi pantalón de mezclilla. Fue la persona que empujó de manera innecesaria y luego fingió haberse lastimado el pie. Estuve a punto de enojarme muchísimo, pero di algunos pasos y decidí calmarme. Ya sabía que el peligro de que esto sucediera estaba de alguna forma latente en cada viaje a la Soledad. Si nunca había desistido de la idea de llevar el teléfono a esa zona era porque nos sirve para hacer distintos tipos de registro y resultaba muy práctico traer aplicaciones instaladas en un dispositivo pequeño. En fin, avanzamos e hice algunas tomas de Corregidora con la cámara réflex, que llevaba para que tomáramos los retratos acordados.

Majo y Trini instalaron la Carpa mientras yo hacía las llamadas pertinentes para que se bloqueara mi teléfono y para que pudiera conservar mi número telefónico. Comenzamos a trabajar. María, una trabajadora sexual de avanzada edad de la zona que nosotros ya conocíamos, nos acompañó por primera vez. Estuvimos contentos. Alicia nos pidió a María y a mí que la dejáramos practicar con nosotros. Aceptamos, pero Trini había olvidado que quería enseñar planchado de cejas a las chicas, por lo que hubo que pedirle algunas sábanas al Rasta, un amigo de ellas que siempre fuma marihuana en la esquina con Martín. Alicia nos puso una crema y después las sábanas para aplanar el vello. A mí me ardía la piel por el tratamiento pero también por el teléfono robado, jaja, pero intenté relajarme.

Alejandra llegó con su tarea: una mano de plástico con las uñas de acrílico pintadas de una manera excepcional. Además, escribió sobre una parte de la mano la frase “Trabajando juntas se avanza mejor”, lo cual fue una gran idea, además de un testimonio honesto acerca de su colaboración con la Carpa. Decidimos que cada una de las compañeras haría lo mismo sobre su mano de plástico.

Alicia comenzó a despuntarle el cabello a Alejandra. ¡Ella tenía muchísimo! Capas y capas de rizos negros no pueden ser tomadas a la ligera. Yo empecé a quedarme dormido mientras esperaba a que quedaran listas mis cejas.

Recibimos la primera visita de Brenda, una chica que tenía el cabello de color rojo intenso y las uñas de las manos muy bien pintadas. Enseguida se unió a la sesión y, por lo que dijo, se notó de inmediato que tenía conocimientos de manicura. Apenas la estábamos comenzando a conocer cuando llegaron los organizadores del Hogar Integral de Juventud y nos pidieron permiso para acompañarnos un rato. Como era 15 de septiembre, inicio del puente vacacional, habían salido de trabajar temprano. Las solicitudes de uñas patrióticas se multiplicaron. Alicia, mientras tanto, continuó aprendiendo a cortar el cabello con la ayuda de Trini.

Nuestras cejas finalmente quedaron listas. Me daba curiosidad estar tocándolas porque se sentían muy suaves y planas. Brenda platicó y colaboró un buen rato, pero luego me dejó la tarea de continuar el esmaltado que estaba realizando. Se despidió.

Los chicos del Hogar Integral nos avisaron que iban a fumigar el edificio y que, como ahí almacenamos la carpa y todas nuestras cosas, tendríamos que terminar pronto la sesión para ir a guardar todo y que quedara cerrado el inmueble. Nos apuramos.

Leti pasó a saludarnos y le ofrecimos que se tomara un retrato con nosotros, pero no podía, llevaba mucha prisa. Alicia tomó fotografías de la Carpa y del entorno, después le tocó a ella ser retratada: fuimos a la zona de los jardines, donde habíamos vivido aquellas experiencias días atrás, pero donde también hay árboles muy bonitos. Ella se había arreglado mucho, se veía muy bien; sin embargo, no le gustaron las primeras tomas que le hice, se las mostré en la pantalla de la cámara y me dijo que se le notaban mucho los pechos. Cambiamos el ángulo del lente y listo, nos estábamos divirtiendo pues ella posaba. Después fue el turno de Alejandra, quien había quedado muy guapa con su nuevo corte de cabello. Ella me pidió que le tomara la fotografía de cuerpo completo. Hice varias tomas, algunas en el pasto y otras junto a la Carpa, con la pared de la casa colonial como fondo.

A Shardell, una de las chicas del Hogar Integral de Juventud, aún le faltaba que sus uñas quedaran listas. Majo se abocó a esa tarea mientras los demás nos apurábamos a recoger. Me dio gusto haber podido convivir con las compañeras del Hogar Integral, aunque fuera por un breve periodo de tiempo; me cayeron muy bien.

Terminamos, nos despedimos y de camino al Metro nos encontramos con Nataly, quien había estado ocupada trabajando. Le dijimos que le tomaríamos su retrato después. Nos alejamos y pensé que, quizás, podría aprovechar la pérdida de mi teléfono celular para intentar establecer una comunicación más cercana y directa con mis seres queridos, como la que hemos construido en la Carpa Orgánica de La Soledad.

Jueves 29 de septiembre
Llegué tarde a La Soledad debido a una cita de trabajo que había tenido en la mañana en Ex Teresa. Trini y Majo ya habían instalado la Carpa: una estaba pintando las uñas de una mano de plástico, la otra revisaba sus redes sociales en el teléfono. Sin perder tiempo, fui por Alicia y enseguida llegó también Ángela. Propusimos que Alicia practicara un peinado.

La calle donde instalamos la Carpa cambió. Algunos de los puestos ambulantes que habían estado emplazados sobre Corregidora ahora estaban en nuestra calle, Limón. Como estaban realizando las obras viales sobre Corregidora, movieron de lugar a todos los comerciantes. Las chicas y el joven que atendían la miscelánea me informaron que esta nueva disposición de los puestos será permanente. Me extrañó mucho, ya veremos qué sucede.

Fui por Nataly. Le dije que tenía una consulta que hacerles a ella y a las demás. Al poco rato llegó María y también Erika, una chica que no nos había acompañado antes en la Carpa, pero que es bien conocida por las demás. Les planteé la posibilidad de que, como parte del registro de las actividades que hemos realizado en el espacio público, pudiéramos pintar un mural dentro de Ex Teresa. Les expliqué que buscaría la forma de remunerarlas económicamente por esta tarea, ya que implicaría varias horas de trabajo. También les hablé de los materiales que necesitaríamos, la protección de la ropa, fechas posibles, horarios y demás. Todas aceptaron gustosas. “¡Un mural como el que pintaron en el Hogar Integral de Juventud!”, me dijeron, y fuimos a verlo. Se trataba de una paloma con ciertos motivos prehispánicos. Tenía muchos colores y estaba muy estilizada. Nataly nos pidió que le tomáramos su retrato ahí.

Alicia comenzó a practicar su trenza con Ángela. Trini la supervisó. Ángela cuida mucho su apariencia, tiene las uñas muy arregladas y el cabello también. Nataly decidió hacerle dobles trenzas a María José mientras ella leía el libro de Felipe Ángeles que yo le acababa de regalar. Ahora sí teníamos una verdadera estética callejera.

Ángela se limó las uñas mientras la atendían, yo tomé algunas fotografías. Cuando Nataly terminó con Majo, me ofreció pintarme las uñas y comenzamos. Erika, mejor conocida como la Pantera, le pintó las uñas a Majo y nos contó que había estado encerrada seis meses en el reclusorio femenil de Santa Martha Acatitla. Nos dijo que la habían levantado de ahí de La Soledad. Nadie se atrevió a preguntarle por qué, quizás muchas de las chicas ya sabían. Nos contó también que dentro de Santa Martha las mujeres se depilan con hilo de gato, un hilo extremadamente delgado: se sujeta con las dos manos, se tensa mucho y se van cortando los vellos faciales: “Es que adentro no podemos manejar ningún utensilio metálico”, nos aclaró. También nos dijo que había estado encerrada al mismo tiempo que “la francesa” (Florence Cassez) y que esa señora es millonaria. María José le pidió que le pintara las uñas con líneas gruesas y coloridas, y Erika le pidió, a cambio, que le dibujara unas catarinas.

Alicia terminó con la trenza de Ángela y después se dedicó a pintarle las uñas de blanco. Le quedaron muy bien. Trini le propuso enseñarle a hacer el esmaltado de la “cebra feroz”, ella aceptó. Para lograr este acabado, uno debe hacerse de una técnica muy precisa, casi como si se tratara de un muñequeo de artes marciales antiguas. Trini desplazó rápidamente la brocha con esmalte negro sobre las uñas blancas de Ángela. El resultado fue sorprendente, como de impreso animal. Después, Alicia le ofreció plancharle las cejas: “Ya nomás falta cerrar con una pedicura”, agregó en tono de broma.

Nataly estaba de muy buen humor, me pintaba las uñas y bromeaba. En la uña del dedo anular de la mano izquierda me pintó una muñequita; le pregunté si era su autorretrato y sonrió, dijo que no porque luego la iba a pintar chorreada de sangre. Me esbozó también una bandera mexicana, una luna con estrellas, un frutero, una estrella, una calabaza y un pan de muerto. A todo el mundo le encantó el pan, excepto a María, que le pidió a Majo que por favor le pintara las uñas con el diseño abstracto que Nataly me había hecho en el dedo medio de la mano izquierda. Todos bromeamos y dijimos que Nataly tenía que registrar los derechos de autor por su diseño antes de que se lo copiaran en la calle de Manzanares.

Alicia depiló a Ángela mientras platicaban, no nos hicieron mucho caso. Trini estuvo corrigiendo o haciendo comentarios sobre el trabajo. Por ejemplo, le recordó a Alicia que, si aprendía a hacer bien esa tarea, luego podría cobrar por realizársela a otras chicas y sacarse así un dinerito extra. A Ángela le molestó un poco que le sacaran los vellos de las cejas. Nataly tomó las riendas de su diseño y terminó de aplicárselo a Mari. Erika se despidió y nos agradeció mucho por las atenciones.

Hacia el final de la sesión, les pedí de favor que me anotaran en una hoja en blanco qué era lo que habían disfrutado más hasta ese momento de la dinámica de la Carpa y qué no. También les pregunté si les interesaría aprender nuevas cosas y qué era lo que les gustaba de trabajar en el entorno de La Soledad. Mari se acercó apenada conmigo y me comentó que no sabía escribir. Le dije que no se preocupara, que me podía dictar y que yo lo escribiría, ella es muy tierna y buena persona. En algún momento, mientras tomaba el dictado, le hice una pregunta y enseguida me di cuenta de que acababa de tocar una fibra muy sensible. Caminamos hacia las jardineras y nos tomamos varios retratos. Me preguntó si por favor le podía llevar impresas algunas de sus fotos en tamaño infantil porque en la escuela de su nieta se las habían pedido.

Revisé los retratos de Nataly en la cámara, aparece siempre muy sonriente. Regresamos a la Carpa y me entregaron sus hojas; en una de ellas, leí: “Me siento feliz de convivir con todas, me gusta cuando reímos del pintado de uñas”.

Miércoles 5 de octubre
Cuando llegué, fui sacando las mesas, las sillas y las demás cosas, mientras ella las instalaba. Una vez que todo estuvo listo, fui a comprar palomitas para compartir. Al volver a la mesa, todos los esmaltes estaban ordenados y el resto de los accesorios también. Nos despintamos las uñas, aunque yo tenía casi intactos los diseños de la semana anterior. Ella ya sólo tenía algunos vestigios de lo que alguna vez habían sido. Comencé yo a pintarle las uñas. Al principio no tenía muy claro qué colores utilizar, pero ella me dijo que no me iba a ayudar con ninguna decisión, así que me dejé guiar por la intuición. Primero una uña de blanco y la otra de amarillo, ésa sería la base. Al poco tiempo de haber comenzado, del otro lado de la calle, a través de los puestos, se asomaron dos cabecitas con caras de curiosidad: “¡Vénganse!”, les dijo Nataly, y no tardaron en aparecer junto a nosotras. Les di la bienvenida. Una de ellas se llamaba Julieta, quien era mayor que su compañera Mariela; ella no quería hablar y parecía muy tímida. Se presentaron y se sentaron. Julieta quería pintarse las uñas, pero Mariela no. “¡Ándale, chaparra!”, la motivaba una y otra vez, pero la otra no cedía. Yo le pasaba la segunda capa de esmalte a Nataly intentando no mancharle los dedos.

De pronto, mi interlocutora y víctima de pintado de uñas me comentó que habían ido las chicas de Trabajo Social de la UNAM el día anterior. Ellas fueron quienes en un inicio me introdujeron en la zona. Nataly me contó que habían llevado unos papelitos impresos y me mostró uno: en él se aseguraba que las estudiantes volverían y que llevarían regalos para las trabajadoras sexuales. Nataly me comentó que algunas de sus compañeras le habían dicho que estaban muy a gusto con la Carpa Orgánica de la Soledad y que no querían que cambiara nuestra forma de trabajo. Yo le contesté que nuestra participación en la zona no era competitiva, sino colaborativa, que podíamos convivir y ayudarnos ambas partes.

Al poco rato llegó el Rasta. Julieta le había pedido que le hiciera unas cuantas rastas en la zona baja de la nuca. Resultó ser una muy buena persona. Nos contó sobre la filosofía rasta mientras trabajaba en el cabello de Julieta. Mariela siguió sin hablar y sin querer pintar o que le pintaran las uñas. Yo comencé a poner esmalte café en las puntas de las uñas de Nataly. Rastafari entonces nos habló de cómo un verdadero rasta sólo consume los alimentos que él mismo siembra, de cómo evita los productos industriales. Afirmó que la marihuana no es dañina y que le sirve para reflexionar: “Te ahorra mucho tiempo de meditación”, bromeó. Yo platiqué con él, aunque Nataly parecía incómoda. Él tomó algunas fotografías del cabello de Julieta.

Rastafari continuó explicándonos que él había sido ladrón de la zona tiempo atrás, que inclusive había estado preso porque lo habían detenido en un atraco: le estaba robando un collar a una señora cuando los comerciantes se organizaron y lo capturaron. Tuvo una sentencia de un año y ocho meses en el Reclusorio Norte, pero sólo cumplió tres meses porque su mamá pagó la fianza. Nos dijo que después de esto recapacitó y dejó de robar, pero también nos relató varios robos que cometió saliendo de la cárcel, lo que nos indicó que su reforma tardó en llevarse a cabo. Nos dijo que actuar así se vuelve una adicción. Yo les conté que había sido adicto al cigarro durante catorce años. Entre todos hicimos un cálculo económico anual muy rápido de cuánto gasta en promedio una persona que se fuma una cajetilla al día en la Ciudad de México. Los resultados fueron aterradores. Rasta nos contó que fuma marihuana inclusive frente a sus hijos pequeños, para no provocarles morbo por estar escondiéndose. En un momento triste de la conversación, nos dijo que él se sentía muy culpable cuando les robaba los juguetes a los papás que iban en Navidad a comprarles regalos a sus hijos. De pronto, un a persona muy alterada que iba pasando me pidió dinero de forma violenta y yo le ofrecí una manzana de las que había llevado y que estaban en la mesa disponibles para todas; él la aceptó, pero llamó a otro para que viniera por otra manzana.

Rastafari terminó su labor, nos mostró los resultados: Julieta posó para la cámara. Se despidieron y agradecieron, nosotros les recordamos que la Carpa está abierta para cuando gusten regresar. Se fueron y, como si fuera un relevo australiano de lucha libre, apareció Alejandra, sonriente como siempre, y se integró a las actividades. Le entregué su retrato impreso: “¡¿A poco así de llenita estoy?!”, nos preguntó. Le contestamos que estaba muy guapa.

Comenzó a darme muchísimo sueño. Nataly me dijo que, siempre que me empieza a dar hambre, me da sueño también. Yo ya me había comido dos o tres manzanas (eran de las pequeñitas) y muchas palomitas, pero al parecer no había sido suficiente. Apareció Alicia. Lucía distraída, no se había maquillado, era un mal día. Platicamos un rato y acordamos que haríamos el pay de limón la siguiente semana. Alicia me encargó que le dijera a Trini que nos enseñara a hacer nuevos peinados.

Jueves 6 de octubre
Llegamos a buena hora a La Soledad. En la esquina, el Rasta estaba haciéndole más rastas a Julieta: “¡Ya le gustó!”, me gritó cuando pasamos por ahí. Sacamos todas las cosas y nos instalamos.

Alejandra trabajó con el cabello de María José, Rasta con el de Julieta y Alicia con el de Rocío. Alejandra estaba nerviosa, le temblaban las manos. Temía que le fuera a quedar mal el cabello de su “clienta”. Hizo primero una trenza, pero no le quedó bien, la tuvo que deshacer. Trini le llamó la atención y ella decidió, entonces, hacerle una trenza francesa doble.

Todos trataban de convencer a Julieta de que se hiciera rastas en todo el cabello. Ella respondía que algún día quizás se animaría, que en su familia ya todos sabían que ella era la oveja negra, así que no importaba. Alicia quería aprender un nuevo peinado. Ella es, según Trini, la alumna más avanzada de la clase. Licha recibió instrucciones de la maestra y comenzó su peinado de boda. Yo estaba del otro lado de la mesa tomando fotografías y prestando atención a la escena en general. La Carpa estaba llena de vida, todo el mundo conversaba y se respiraba un ambiente de cordialidad. Cuando estoy aquí, frecuentemente tengo la sensación de peligro, de que algo puede suceder en cualquier momento, pero me imagino que nuestra carpa es un campo de fuerza que nos brinda seguridad y protección. Ésta no es una carpa tranquila, pues siempre estamos haciendo muchas cosas al mismo tiempo, pero nos cuidamos entre nosotras.

Algunas de las personas que se acercan a mirar lo que hacemos son tímidas, sólo observan y se alejan. Otros nos preguntan sobre lo que hacemos y nos comentan algo o nos bromean con cualquier pretexto. Algunos más son violentos y las compañeras los corren. Otros de plano se quedan y de un modo u otro se integran a la dinámica del espacio, como sucedió en el caso de Poncho. Él es amigo de Rastafari y de Rocío, es un habitante de la plaza, ahí duerme por las noches. Físicamente es grande, ancho, muy moreno y tiene pinta de buena persona. Poncho platicó mucho con nosotros, en varias ocasiones no le entendíamos debido a su estado físico. Él nos informó, por ejemplo, que en Francia el hacer peinados como los que estábamos haciendo es considerado un arte. Entre muchas otras cosas, le dijo a Rocío que, con el peinado tan bonito que le estaba haciendo Alicia, le recordaba a su mamá.

Pasó el tiempo y la conversación derivó en Rocío y Rasta insistiéndole a Poncho que ya dejara el consumo, que se curara. Poncho prometió que así sería, pero al parecer lo ha dicho muchas veces. Rocío le dijo que, si se curaba, tendría un trabajo disponible en su puesto de tacos, todos y todas merecemos una oportunidad.

Miércoles 12 de octubre
La calle Corregidora parecía cada vez más un campo de batalla. La remodelación tenía a toda la gente de la zona en jaque: los vendedores ambulantes tuvieron que desplazarse, las ventas cayeron, la gente casi no caminaba ya por ahí y las trabajadoras sexuales tuvieron que reubicarse también.

Este día en la Carpa recibimos la visita de tres compañeras de la zona que tenían una estética. Ellas nos enseñaron algunos trucos para el esmaltado de uñas, fueron muy amables y divertidas. Una de ellas se hacía llamar Yaz, “la poeta de La Soledad”. Otra venía del gringo, era rubia y grande. No nos quiso contar claramente por qué había venido a México. Cuando le preguntamos cómo había llegado al país, simplemente contestó: “En avión”.

Alejandra le pintó las uñas a la compañera gringa; Alicia, a otra de ellas —la que al parecer es dueña de la estética—, y yo trabajé con Yaz y tomé algunas fotografías. Después, Alicia me pintó las uñas; quedaron muy bien, más sintéticas que de costumbre, con colores planos y toques de tonos complementarios. Creo que han sido mis favoritas hasta ahora. A todas les gustaron.

La chica de Estados Unidos de América pintó las uñas de Alejandra. Un rato después, llegó Julieta y la peinaron. Le hicieron un chongo que le permitía lucir, en la parte baja de la nuca, las rastas que se había hecho recientemente. Al final de la sesión compartimos recetas de cocina con nuestras visitas para utilizarlas en una futura sesión. Cada persona externa que nos ha acompañado en alguna sesión ha dejado entre nosotras algo bueno de sí.

Jueves 13 de octubre
Hoy, la calle Corregidora albergó un pequeño canal. En medio de la remodelación de la vía, el agua encontró su lugar. Fue la resurrección temporal de la Acequia Real que circuló muy cerca de aquí, tiempo atrás.

Pensé que hoy sería un buen día, haríamos pay de limón y ponche. Llegamos a La Soledad e instalamos La Carpa, Alicia y Ale nos ayudaron. Entré al Hogar Integral de la Juventud para pedir que nos dejaran utilizar su estufa y algunos otros utensilios de cocina. Cuando regresé a La Carpa, las chicas me comunicaron que había olvidado más de la mitad de los ingredientes que me correspondían. Tuve que regresar por ellos al coche que había estacionado cerca del metro Chabacano. Era un largo viaje para traer sólo leche condensada, evaporada y otros ingredientes similares, pero la verdad es que ya había hecho el gasto e invertido bastante tiempo en ir a conseguirlos. Esos ingredientes no los aprovecharía fácilmente en mi hogar, así que calculé que valdría la pena el trayecto.

Regresé después de una hora y las chicas no habían podido avanzar mucho. Majo y Ale estaban sentadas platicando y Alicia se había ido a atender otros asuntos, nos pusimos manos a la obra. Las galletas Marías se molieron en una licuadora que conectamos a un enchufe de los vendedores ambulantes, con ellas se hizo la base para el pay. Fui a buscar a alguien que nos hiciera favor de abrirnos las latas de leche porque no teníamos con qué. Alejandra fue a hacer el ponche dentro del edificio del Hogar Integral porque ahí estaba la estufa. Julieta llegó y comenzó gustosa a apuntar la receta del postre en un pequeño cuaderno que traía. Cristina se acercó para ver qué estábamos haciendo, pero Lore, su jefa en el puesto de quesadillas, le gritó que se regresara a trabajar. Para enfriar el pay habíamos pedido a Mari, madrina de Alicia, que nos hiciera un poco de espacio dentro de su refrigerador de Coca Colas, para que nuestra mezcla pudiera cuajar.

Este día fue importante para La Carpa porque firmé un contrato con Roberto, el coordinador del Hogar Integral de la Juventud, para que dejaran a las trabajadoras sexuales que colaboran en el proyecto hacer uso de los servicios que ellos ofrecen: seguridad, baños limpios, casilleros, cocina, servicios médicos, talleres de diversa índole y demás. Para celebrar este convenio, que entre todos le llamamos, de broma, El abrazo de las carpas, Roberto y Shardell nos acompañaron y compartimos el ponche y el pay. Nos habían quedado muy ricos, la verdad y así celebramos este gran logro.

Platicamos, tomamos, comimos, reímos y nos pintamos las uñas. Le compartí del pay a Martín, Cristina, Lore y a la madrina de Alicia. A Alejandra le quedaron increíbles sus uñas en esta ocasión, le pedí permiso para incluir la fotografía de ellas en la exposición del Ex Teresa, que ya se acercaba peligrosamente.

Jueves 20 de octubre
Día de mi cumpleaños. Estuve tan distraído que olvidé ponerle la tarjeta de memoria a la cámara fotográfica. Hicimos varias tomas de la sesión en la Carpa, pero no se guardaron en lugar alguno (en nuestra memoria, quizás). Ahora, días después de lo sucedido, no puedo recordar bien el orden de los acontecimientos. Tengo el recuerdo de que nos acompañó Trini. Alicia le cortó el cabello a Alejandra y entre Nataly y yo nos pintamos las uñas. A Nataly no le gusta que le corten el pelo: desconfía de Trini como maestra porque dijo que a Alicia le había quedado disparejo el cabello cuando se lo despuntaron. Se me hizo tarde para regresar a mi comida en el sur de la ciudad.

Jueves 27 de octubre
Cuando llegué a La Soledad, me encontré con Julieta y Alejandra. Ellas me ayudaron a instalar la Carpa. Yo venía con la noticia de que ya teníamos aprobado el presupuesto en Ex Teresa para realizar los murales que serían parte de la exposición, entonces tenía que hablar con ellas para ponernos de acuerdo. Se unieron a nosotros Alicia, Ángela, Janeth y Nataly. Les expliqué la situación y se mostraron entusiasmadas. Acordamos entre todos que haríamos la pinta el siguiente jueves 3 de noviembre y el viernes 4. Estas fechas seguramente pondrán nervioso a mi querido Pedro, curador de la muestra, porque la rueda de prensa será el lunes 7 y ya debería estar todo listo, pero no tengo otra opción. Las chicas tienen sus compromisos laborales y sus tiempos, y hay que ajustarse a ellos.

En esta ocasión tuvimos como invitada a Celine, quien es urbanista y se dedica, entre muchas cosas más, a impulsar la creación de mapas colectivos dentro de la Ciudad de México. En la sesión, las chicas expresaron y señalaron en dónde se sentían más seguras en el barrio y en dónde sabían o sentían que eran lugares peligrosos en los cuales te podían asaltar o agredir. La dinámica fue muy importante porque ellas pudieron expresar con confianza y libertad sus distintas percepciones respecto al entorno. Posteriormente, esta información fue subida a una plataforma en línea para que la gente pudiera consultarla y decidir con mayor conciencia sus recorridos a través de los alrededores de la Plaza de la Soledad.

Fui a comprar agua y después comenzamos a pintarnos las uñas. Estábamos muy a gusto trabajando cuando recordé que el Día de Muertos estaba por llegar. Ángela me dio indicaciones y me lancé a la panadería. En el local no fueron muy amables conmigo, además, el pan de muerto no saldría hasta dentro de varias horas. Qué lata. Compré piezas pequeñas de pan para todas las asistentes de la Carpa. Regresé y continuamos sesionando. Un tiempo después, llegó Miguel Ángel de Ex Teresa, a quien no conocía, junto con dos asistentes. Miguel ya me había contactado varios días antes porque quería grabar nuestras sesiones de trabajo en La Soledad para incluirlas en el documental que estaban editando en el museo debido a la exposición. Yo ya les había comentado a las chicas que en algún momento irían a grabarnos para que la institución se quedara con un registro de lo que hemos hecho.

Había pensado que las chicas no iban a querer que se grabaran sus rostros, pero se mostraron muy receptivas desde el principio, excepto Ángela. Yo lo entendí y lo respeté. Ella no permitió que la registraran. Me explicó sus razones y se fue de la sesión. Yo le agradecí su confianza. Miguel Ángel y sus acompañantes entrevistaron largamente a las participantes de la Carpa.

Yo no participé en la actividad, a mí ya me habían entrevistado en el museo semanas atrás y ahora era el turno de que las compañeras hablaran por sí mismas. Una alegría muy profunda llenó mi corazón cuando comencé a escuchar sus respuestas. Me conmoví. Hablaron de sus experiencias, de sus sentimientos, de lo que la Carpa implicaba en el transcurso de sus semanas. Esto quiere decir, en términos generales, que hemos operado bajo un propósito común, que tenía sentido y que se aprovechaba. Seguramente, si me hubieran preguntado, yo habría hablado maravillas del proyecto porque le he invertido mucho tiempo, cariño, dinero y esfuerzo, pero que ellas lo hicieran de un modo similar, sin habernos puesto de acuerdo previamente, es una de las retribuciones más grandes que he tenido en el tiempo que llevamos colaborando juntos en la Carpa. Permanecí observando la sesión hasta el final, la misión más importante estaba cumplida.

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Montaje e inauguración

Llegó el día de asistir al museo. Alejandra, Julieta, Janeth, María y yo nos reunimos en La Soledad el jueves 7 de noviembre a las 11 horas (la fecha planeada originalmente tuvo que cambiar debido a los compromisos de las compañeras). Estuvimos buscando y esperando a Alicia y a Nataly, pero nunca llegaron. Caminamos al museo. En la entrada querían que las chicas se registraran, pero intercedí por María y la apoyé a llenar el formulario. Hicimos un registro colectivo. Vero Bapé, excelente artista y amiga a quien invité a colaborar con nosotras, ya estaba adentro esperándonos.

Comenzamos a trabajar. Al principio nos dividimos en grupos. Alejandra y Janeth escribieron sus testimonios sobre la Carpa y recopilaron los de las demás chicas. María y Julieta se dedicaron a crear una lista de todos los participantes de la Carpa y a dibujar sus retratos, poniendo énfasis en representar las características particulares de cada quien para que fuesen reconocibles. Vero estaba iniciando el mural, ya que no podía avanzar con su parte, pues aún no nos traían el cañón que habíamos solicitado para proyectar las imágenes. Yo viajaba constantemente de un lado a otro de nuestro vestíbulo asignado intentando organizar a todas las partes; había muchas cosas por atender al mismo tiempo.

Janeth y Alejandra escribieron los testimonios sobre cinco dibujos horizontales realizados con esmalte de uñas sobre papel. En estas imágenes, el contexto urbano de la Plaza de La Soledad se intercaló con las distintas actividades que realizamos en la Carpa. Quedaron preciosas.

Cuando María y Janeth terminaron con la lista y los retratos, los utilizamos como referencia para trabajar en el mural. La tarea sería difícil: había que representar en una imagen los ejes de trabajo que habíamos desarrollado en el espacio público al mismo tiempo que a todas nosotras. Para esto, nos apoyamos mucho en los bocetos que habíamos trazado y les añadimos algunas nuevas ideas.

Vero, dos cañones después, porque el primero que nos dieron se apagaba constantemente, pudo comenzar a pintar un brazo y una mano en lo alto del nicho que habíamos asignado. En la base de este brazo escribiríamos, al final, los nombres de todas las colaboradoras del proyecto. Las chicas parecían muy entusiasmadas con el trabajo y constantemente se sorprendían de sus logros. Para mí era muy importante esta condición: que aquello que se mostrara en Ex Teresa fuera una visión grupal y diversa.

El ambiente del montaje me ponía algo tenso, pues tenía que quedar listo para el lunes siguiente y aún faltaba mucho por hacer, pero las compañeras estaban contentas y disfrutaban del trabajo, me estaban dando una lección (una más). Ninguna de ellas había practicado dibujo o pintura antes de que comenzáramos nuestro proyecto, así que en ocasiones me comunicaban su inseguridad al respecto. Yo las alentaba a que siguieran adelante lo mejor que pudieran, les decía que no existía la equivocación e intentaba motivarlas, decirles que lo importante era la intención de compartir con la gente lo que habíamos hecho.

En particular, Alejandra me consultaba muchas cosas de forma constante, hasta que Janeth se hartó y le dijo: “Ay, ya, Alejandra, nomás falta que le preguntes a Santiago cómo se oscurece el color negro”. Todas nos reímos mucho. Tiempo después, alguien puso música y Ale le reviró a Janeth: “Ya te vas a querer poner a bailar de exhibicionista. No, gracias, así estamos bien”. Así transcurrieron dos días, sin embargo, a partir del sábado las compañeras ya no pudieron asistir para continuar la tarea debido a su trabajo en La Merced. Me dejaron bocetos e instrucciones para que se llevara a cabo su voluntad.

A partir de ese momento, el apoyo de María José y de Noemy —estudiante de Teoría del Arte que nos asignaron como apoyo— fue fundamental para terminar a tiempo el montaje, sobre todo porque el sábado en la mañana choqué fuertemente mi coche y la policía me llevó con el juez cívico de la demarcación. Detenido en ese lugar, y con un teléfonor prestado, le escribí a Majo para pedirle que fuera a Ex Teresa a continuar con la labor pendiente, a coordinar lo que hacía falta. Por suerte, Christian Barragán nos ayudó, llegó al museo también y participó en la toma de decisiones.

El cierre del montaje fue intenso. Yo hacía la broma de que era un artista de leva, porque a cada persona que pasaba por la sala le entregaba una brocha y le asignaba una tarea. Hasta a Miguel Ángel, el artista de video que había ido a grabarnos a La Merced, le tocó pintar. El lunes llegó el momento de la rueda de prensa de la exposición y habíamos terminado apenas unos minutos antes. Hablamos ante los medios de comunicación, yo con las manos y la ropa llenas de pintura.

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Publicación

Un mundo en común
Textos: Pedro Ortiz-Antoranz, artistas y ponentes.
Proyectos: Ana Gallardo, Pierre Valls, Santiago Robles, Felix Blume, Laura Valencia, Taniel Morales, Benito Salazar, Lagartijas Tiradas al Sol.
Ponentes: Daniel Godínez Nivón, José Miguel González Casanova, Pablo Helguera, Lucía Sanromán, Bill Kelley Jr., Eder Castillo, Aisa Serrano, Julie Cahen Ulloa, Alfadir Luna, Plan Acalli, Zonas Liminales, Diego Aguirre.
Diseño editorial: Fernanda Ochoa.
Edición: Ex Teresa Arte Actual.
Impresión en offset, 21.1 × 13.5 cm, 48 pp.

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Muestra

Lona (colocada en la fachada del edificio que se encuentra frente a Ex Teresa), impresión digital sobre lona, 200 × 300 cm.
Frase de María, recorte de vinil sobre vidrio, 150 × 75 cm.
Manos de plástico, diseños y frases con esmalte sobre uñas de acrílico y manos de plástico, 4 piezas, 25 ×5 × 3 cm c/u.
Crónica, tinta china y papel Liberon de 90 g  sobre Trovicel blanco de 1 mm, 70 pp., 24.8 × 19 cm c/u, en estuche de tela sobre cartón, 46 × 29 ×5 cm.
Fotografías, impresión gliccé sobre papel fotográfico montadas en Trovicel blanco de 6 mm, 5 piezas, 27 × 120 cm, 28 × 28 cm, 46 × 61 cm.
Contrato, Carpa Orgánica de la Soledad-Hogar Integral de Juventud, impresión digital sobre papel y foam board, 2 piezas, 29 × 23 cm c/u.
Dibujos, esmalte para uñas sobre papel Liberon de 90 g y Trovicel blanco de 1 mm, 5 piezas, 19 × 105 cm.
Retratos y dibujos, pintura acrílica, esmalte, grafito y collage sobre papel Bond y Trovicel blanco de 1 mm, 25 piezas, medidas variables.
Mural, pintura acrílica, esmalte para uñas y sellador sobre tabla roca, 183 × 488 cm.
Mural (nicho), pintura acrílica y esmalte sobre muro, 300 × 160 cm.
Documentos, bolígrafo e impresión digital sobre papel Bond encapsulado en acrílico, bases de acrílico, 2 piezas, 30 × 24 ×6 cm c/u.

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Fotografías

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Convivio

Evento público
Presentación, activación de la Carpa y comida
Sábado 12 de noviembre
14 a 19 horas

14:00 horas | “La propaganda del miedo a la ciudad del pecado, Ciudad de México 1940-1950”. Charla con la Dra. Gabriela Pulido, INAH

15:30 horas | Comida y convivio con los participantes del proyecto

Por parte de las chicas, asistieron Nataly, Alejandra, Janeth, Mónica, María y la Pantera. Asistieron también artistas, familiares, amigos y público en general.

La doctora Gabriela Pulido del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) nos dio una excelente plática sobre la censura al cuerpo de la mujer a mediados del siglo pasado en la Ciudad de México. Habló de los bailes, los clubes nocturnos y la política de censura alrededor de ellos. Las chicas y el público presentes intercambiaron experiencias y testimonios contundentes y reveladores. De este diálogo surgieron varias preguntas, por ejemplo: “¿Por qué no hay una legislación clara y aplicable para el comercio sexual en México?”, la cual recordaré muy bien para un proyecto futuro.

Posteriormente, en el patio del recinto, donde estaba instalada nuestra carpa, cocinamos sopa de pasta, chicharrón en salsa verde y frijoles. También había cervezas y ron. Se armó un gran convivio. Las chicas estaban muy contentas. Nos sentamos todos juntos a comer. Por primera vez las vi tomarse una cerveza e inclusive bailar.

Al final de la jornada, nos tomamos algunas fotografías frente al mural, cada quien frente a su retrato. Les repartí los esmaltes que habían sobrado de nuestras actividades y nos despedimos. Fue muy emotivo, lloramos y nos abrazamos. Estoy profundamente agradecido por todo lo que logramos realizar, de forma comunitaria, en este proyecto.

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Crónica 

“Los textos que aquí se presentan corresponden a las crónicas que describen el desarrollo del proyecto Carpa Orgánica de La Soledad, de mayo a noviembre de 2016…”, tinta sobre papel, 67 pp., 24.7 × 18.6 cm c/u, montadas en Trovicel de 1 mm de espesor, en caja rígida con forros de lino y adhesivos libres de ácido, 27.2 × 21 × 15.7 cm.

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Reportaje en Canal 22

Karen Rivera, reportera del Canal 22 de la Secretaría de Cultura, me escribió por correo electrónico a finales de 2016 para expresarme su voluntad de hacer un reportaje para la televisión sobre nuestro proyecto. Con gusto aceptamos su propuesta.

El 4 de enero de 2017 se presentaron en mi taller ella y su equipo de trabajo: un camarógrafo y un sonidista. Yo tenía preparadas varias piezas que había realizado con las compañeras para mostrárselas. Había hecho de mi estudio una pequeña galería con distintas piezas del proyecto. Karen y yo hablamos ampliamente, su equipo realizó varias tomas en distintas partes del lugar y me grabaron en repetidas ocasiones mientras explicaba la obra. Casi al final de la visita, acordamos que el reportaje se dividiría en tres partes: museo (Karen había cubierto la muestra en Ex Teresa), obra (la visita a mi taller) y espacio público (me pidió permiso para ir a La Merced a entrevistar a las compañeras, le dije que lo consultaría con ellas).

Una semana después, me presenté en la Plaza de la Soledad para hablar con las chicas y pedirles permiso para que fueran los reporteros a hablar con ellas sobre la Carpa Orgánica de La Soledad. Encontré a Dani, Alejandra, Julieta, el Rasta, Mónica, Rocío y Ángela. Todas aceptaron participar siempre y cuando no se grabaran sus rostros. Concertamos nuestra cita para el martes 17 de enero a las 13 horas.

Primera mala noticia: teníamos la intención de que nos entrevistaran en el Hogar Integral de Juventud para poder sentarnos alrededor de una mesa, mostrar nuestro trabajo y platicar cómodamente; sin embargo, Roberto, el coordinador del lugar, me escribió algunos días después de mi encuentro con las chicas para informarme que no estaban acudiendo a laborar al edificio ni martes ni jueves debido al arranque del año nuevo. En ese momento no se me ocurrió cómo resolver el problema, pero no me preocupé demasiado porque estaba seguro de que las compañeras encontrarían y propondrían otro lugar para llevar a cabo nuestra conversación.

Segunda mala noticia: un día antes de nuestro encuentro, me escribió Karen para avisarme que Óscar, el reportero que asistiría en su lugar para entrevistarnos, llegaría una hora más tarde de lo acordado.

Recién entrando a La Soledad, me encontré con Ángela y Edith, quienes me saludaron muy amablemente. Caminé y me encontré a Julieta. Le comenté que el reportero llegaría tarde y ella me contestó que no había problema, que estaría lista a tiempo. Lo mismo pasó con Dani y Mónica. Alejandra no estaba, lo cual me extrañó porque se había mostrado muy entusiasmada cuando la había consultado acerca de la entrevista.

De regreso de hablar con Dani y Mónica, me encontré al Rasta, quien estaba desconcertado por nuestra tardanza, pero le expliqué la razón. Él me sugirió que, dado que el Hogar Integral de Juventud estaba cerrado, le pidiéramos permiso a Lore, la señorita que tiene un puesto de tacos y quesadillas en la esquina de Limón y San Simón, para grabar nuestro programa en su local, pues, aunque estaba colocado sobre la banqueta, contaba con una mesa y una sombrilla para protegernos del sol. Me pareció una excelente idea dadas las circunstancias. Le pedí permiso a Lore para instalarnos, Cristina no estaba. Ella aceptó a cambio de una remuneración por el uso del espacio. Todo marchaba bien hasta ese momento. Me paré en la esquina a saludar a Rocío y a Martín. Era la una y media de la tarde, aún faltaba media hora para que llegara la camioneta del 22; sin embargo, mientras platicaba con mis conocidos de la zona, buscaba con la mirada en los alrededores de la plaza por si aparecía de repente.

Pasaron los minutos hasta que Martín súbitamente se acercó conmigo y me dijo algo que no puedo recordar con claridad, pero que tenía que ver con la entrevista de la televisión y un asalto: “¿Cómo crees?”, le contesté. Le dije que aún no llegaban las personas que esperaba, que todavía era temprano. Él me contestó que creía que ya habían llegado porque acababan de chinear (asfixiar para asaltar) a un joven de chaleco, que cargaba un tripié y que estaba tirado en medio de la plaza. A los pocos segundos apareció, entre los automóviles, un joven preguntando si habíamos visto a quienes lo habían asaltado. Estaba lleno de polvo en todo el cuerpo, tenía un poco de sangre en el cuello y se estaba ahogando, casi no podía hablar. Nos pidió ayuda. Temiendo lo peor (su chaleco era café, no azul marino, que es el color distintivo del canal), le dije que yo era Santiago. Me confirmó que él era Óscar y que había llegado media hora antes a nuestro encuentro. Él nos contó rápidamente —y como pudo— que, al llegar a la plaza y ver el Hogar Integral de Juventud cerrado, le marcó por celular a Karen para confirmar la ubicación de nuestra cita. Tuvo algunas dudas porque no veía ningún letrero que identificara el espacio. Estando solo y en plena Merced, no calculó el riesgo que corría al hablar por teléfono celular a media Plaza de la Soledad, cargando consigo una cartera llena de dinero, tarjetas bancarias y una cámara fotográfica de su empresa que serviría de apoyo para realizar el reportaje. Mientras hablaba con Karen, tres personas lo abordaron intempestivamente por detrás, lo estrangularon hasta que perdió el conocimiento por unos segundos y le robaron todas sus pertenencias, excepto el tripié, objeto que reconoció Martín a la distancia. Karen seguramente habría escuchado todo lo sucedido a través del teléfono.

Rocío me dijo, tras el relato de Óscar, que los asaltantes no eran de la zona, que de haber sido así los habrían reconocido, que seguramente habían seguido al reportero desde la salida del Metro y habían esperado el momento oportuno para atacar. Después de haber dicho esto, tomó todas sus cosas y se fue para no volver durante todo el tiempo que estuvimos ahí. Estaba huyendo y protegiéndose de algo. Óscar continuó dando detalles de lo ocurrido, dijo que las personas que lo habían asaltado iban en una motocicleta, que algo así había alcanzado a percibir. Para ayudarle con su tos, le compré una Coca-Cola en el puesto de Lore. Luego llamé a la policía, era la primera vez que marcaba al 911. Le hice hincapié a la señorita que me atendió en que la persona asaltada era reportero de una cadena nacional. Nos brindaron ayuda de inmediato. En menos de cinco minutos teníamos una patrulla de la policía con nosotros. Óscar se subió al automóvil con los policías, olvidó su tripié. Fueron a recorrer la zona en busca de los asaltantes. “¿Ves? —me dijo Martín—, te dije que sí era”. Yo no lo podía creer. En ocho meses de trabajo nunca tuvimos un percance similar, ni yo ni ninguna de las invitadas a la Carpa.

Rasta llegó a donde estábamos y le platicamos lo ocurrido. Me dijo que había sido un gran acierto notificar a la policía que el afectado había sido un reportero porque de otro modo no nos habrían brindado la atención como lo hicieron. Llegó el camarógrafo que iba a acompañar a Óscar en el reportaje. Se presentó y le explicamos la situación. De pronto, y como sucede en las caricaturas, vimos cómo un policía se bajó de la patrulla donde iba Óscar y persiguió corriendo a una persona a lo largo de toda la Plaza de la Soledad. El policía corría con una pistola en la mano, que nunca utilizó, sus movimientos eran torpes y pesados en relación con los del perseguido. La escena duró varios segundos hasta que se perdieron en las calles aledañas a la plaza. La patrulla intentó acelerar, pero no consiguió hacerlo durante mucho tiempo debido a lo angosto de la calle y a los coches que en ella estaban estacionados. Se perdió por el mismo lugar por donde habían desaparecido los corredores.

Mucha gente se acercaba a donde estábamos y comentaba cosas distintas. Un amigo de Rasta se acercó con nosotros y nos dijo que unos policías vestidos de civiles lo acababan de basculear en la plaza y que le habían mostrado una charola. Me sorprendió la noticia. “Es más —agregó—, aquí vienen”. Efectivamente, un par de minutos después, un grupo de cuatro señores pasó por donde estábamos esperando. Parecía que se estaban divirtiendo mucho, venían bromeando entre ellos y se reían. Recuerdo que uno llevaba un corte de cabello estilo militar: “¿Qué?, ¿querían entrevistar a los que chinean?”, le preguntó uno de ellos al camarógrafo en tono de burla. No escuché la respuesta. Otro de ellos hizo como que le buscaba algo escondido a Rasta, asumo que marihuana. Se fueron riendo. “Son judiciales —me dijo Rasta—, a los pitufos, los policías de uniforme azul, te los puedes hacer pendejos, pero a éstos no”.

Fui a avisarles a las compañeras lo sucedido y a decirles, también, que lo más seguro era que el reportaje se postergaría hasta nuevo aviso. Hablé por teléfono con Karen, ella estaba demasiado consternada, no me quedaba claro si entendía lo que le decía, había temido lo peor tras escuchar el incidente a través del teléfono. Le expliqué que el afectado estaba bien y le comuniqué al camarógrafo. Mientras ellos hablaban, Óscar regresó caminando hacia donde estábamos y los comunicaron. Después él nos explicó que los policías de la patrulla habían reconocido a los asaltantes porque se habían puesto en contacto con su base de operaciones, quienes habían revisado los videos de las cámaras de vigilancia pública. Uno de los asaltantes había regresado a la plaza al poco tiempo del robo y por eso lo habían identificado y perseguido. Nos dijo que, en algún momento de la persecución, entraron a una vecindad donde se había escondido el asaltante. Los policías iban con pistolas en mano, todos los vecinos comenzaron a chiflar y no lograron encontrarlo. Nadie delata a los delincuentes por su propia seguridad. Rasta me confirmó que muchos asaltantes se obsesionan tras un buen golpe y salen enseguida a intentar conectar otro. “Esa actitud es la perdición de muchos”, agregó.

Al parecer, la policía le prometió a Óscar que atraparía a los delincuentes. Él tendría que ir a levantar un acta al Ministerio Público. Le devolví su tripié, y él y su pareja de trabajo se despidieron. Me dijeron que tendríamos que volver a programar la fecha para la entrevista. Una vez que se fueron, me despedí yo también de las compañeras, les dije que volvería para avisarles la fecha que acordara con Karen. Viajé nervioso en el Metro hasta Taxqueña, donde me encontré con María José y le platiqué, con tristeza, lo ocurrido. Ella se lamentó y me dijo que no habría estado de más que les hubiera advertido a los reporteros, desde antes, sobre los peligros de la zona. También me recordó todas las veces que recorrí la plaza solo, tomando fotografías con la cámara o dibujando.

 

Actualización: finalmente, en mayo de 2017, la grabación del reportaje a cargo de Karen Rivera se logró concluir, con Ex Teresa Arte Actual como sede. Pronto se transmitirá en cadena nacional.

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Comunicación

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Entrevista en Gatopardo, haz clic aquí.
Entrevista con el curador de la muestra en Melí Meló, haz clic aquí.
Publicación en GAStv, haz clic aquí.
Publicación del INBA, haz clic aquí.
Publicación de Radio Educación, haz clic aquí.
Publicación en El Universal, haz clic aquí.
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Nota: En Ex Teresa Arte Actual, Licenciado Primo Verdad 8, Centro Histórico, Cuauhtémoc, Ciudad de México, se puede solicitar todo el material de archivo relacionado con la Carpa Orgánica de la Soledad. En particular, resulta de interés revisar los videos grabados en la Carpa que contienen los testimonios de las participantes del proyecto.

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Carpa orgánica de La Soledad

Nataly, Alicia, Grecia, Ángeles, Ángela, Erika, Cristina, Dani, Trini, Edith, María, Alejandra, Julieta, Janeth, Mónica, María José y Santiago

Mayo a noviembre de 2016

Muestra: del 9 al 20 de noviembre de 2016

Agradecimientos: Iván Edeza, Pedro Ortiz-Antoranz, Noemy Martínez, Alfonso Capetillo (y todo el equipo de Ex Teresa Arte Actual), Roberto Silva (y todo el equipo del Hogar Integral de Juventud, I. A. P.), Verónica Bapé, Christian Barragán, Yara Ángel (Cyan Lab), Yazmín Hidalgo (HagoLibros), Vanessa López y Daniela Aguilar.

 

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